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¿Conservadores o progresistas?

Más allá de clichés, lo cierto es que la respuesta unívoca y sin sombra de duda suele ser la regla aunque, con tiempo y ganas de pinchar al contertulio, largo me lo fías. De entrada, todos propendemos al monismo, ya saben: a una contestación definitiva y comprehensiva, pero cualquier asunto, de hurgar un poco, se revela más complejo de lo que parece a simple vista.

El conservador, apuntaba Todorov, es un pesimista: alguien que considera difícil si no imposible cambiar las cosas, mientras que, por el contrario, el progresista percibiría en cada situación una oportunidad. No obstante, la dualidad se tambalea a poco que se entre en harina, y el principio de incertidumbre (no siempre hay un número impar de soluciones frente al problema) cobra rabiosa actualidad, máxime en estos tiempos de "vida líquida" y sujeta a imprevistos como nunca antes. Por lo demás, no todo lo deseable es conciliable y las sucesivas elecciones plantean, para la siguiente, alternativas que pueden resistirse a un marchamo claro: conservador o progresista.

En definitiva: menudo lío. Alguien dijo que, en el pasado, para ser tildado de progresista bastaba con apostar por Pasteur y la luz eléctrica, pero escenario y obra no permiten hoy igual simplicidad. ¿Supone progresismo apostar por Podemos aunque ello traiga aparejado el empeño por conservar, pongamos por caso, los pisos tras el desahucio? No pasa de boutade si quieren, pero ejemplifica el cómo pueden solaparse los términos (y las opciones) hasta dificultar un análisis dicotómico. Es progresismo el afianzar, preservar los logros sociales conseguidos; conservacionismo, en suma. Y conservar el Medio Ambiente frente al progresismo siquiera económico de otros colectivos con distintos intereses. A mayor abundamiento, el capitalismo ha progresado hasta hacerse con las líneas maestras de la evolución socioeconómica en perjuicio de muchos para beneficio de los menos, se argüirá desde el progresismo, pero esa es otra historia y con esta perspectiva, desde la globalización a nuevas formas de contratación o la deslocalización empresarial en aras de mayores beneficios, serían progresistas frente al inmovilismo y afianzamiento del estatus que puedan defender los sectores que, sin embargo, abanderan la lucha contra quienes, enfrente, serán etiquetados paradójicamente de conservadores.

¿Podría deducirse que todo se reduce a afianzar o cambiar a la medida del propio interés? Pues algo hay de eso más allá de ideologías, con el añadido de que, pese a considerarse una característica del progresismo la mayor proclividad hacia el debate y superior tolerancia para con opiniones divergentes, lo cierto hasta donde es posible albergar certezas es que el capitalismo conservador, frente al socialismo en su más amplia acepción u otros movimientos de corte populista, se ha revelado más proteico, con más cintura, generador de nuevas polémicas y, con independencia de su motivación o contenido ético, contradice el inmovilismo que, en la definición clásica, define el talante de los sectores conservadores. En esa tónica, pareciera ¡quién lo hubiese dicho! que secunden a Rosa Luxemburgo cuando afirmó que sólo quienes se mueven perciben sus cadenas, y ese movimiento es el que vienen propiciando los llamados, en cierto sentido de manera impropia, conservadores.

Por lo expuesto, cabría recordar aquello de que "he visto la verdad y no tiene sentido", y es que también los estereotipos, como todo cuanto nos rodea, son perfectibles. No creo que, quienes venimos de lejos, debamos conformarnos a estas alturas con la resignación de que hacía gala Jules Renard: "He construido castillos en el aire tan hermosos, que me conformo con sus ruinas". Y convendrá, por salud mental, seguir en la idea de que otro mundo es posible. Pero, ¿con qué ayuda? ¿La de los conservadores progresistas, su inversa o quizá exista una tercera vía más allá de Blair? Algo de razón asiste a quienes afirman que es imposible enjuiciar lo que no se comparte y, desde esa óptica, ni unos ni otros estaríamos en condiciones de seguir con esto. Pero qué quieren: las contradicciones, ya metidos en análisis, estimulan la imaginación y, si más no, la controversia es siempre productiva. A la postre, una cierta dosis de perplejidad es de esperar en estos días, y habrá que aprender a convivir con ella.

Y puestos a provocar, ¿se situaría usted en una u otra opción, sin dubitaciones? De ser así, sería prueba de que he equivocado el enfoque, aunque tampoco se trata de convencer a nadie. Me diré a modo de consuelo que cualquier idea que triunfa corre hacia su perdición, de modo que seguir con interrogantes apunta a que no hay nada ganado o perdido, que el secreto del universo (Empédocles) está en el equilibrio de los contrarios y, aunque algunos prefiriésemos la decantación, elegir hacia qué lado iniciaría otra discusión, así que conservemos para progresar o justo lo contrario si se siente más cómodo. Llamémonos como nos salga y que salga el sol por Antequera.

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