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Matías Vallés

González, "viejo nacionalista español"

Lo contrario de populista es lo que decida Felipe González en cada momento. A finales de 1982, cuando el PSOE obtuvo la mayor victoria de la historia de la democracia, el New York Times saludó la llegada al poder de los "jóvenes nacionalistas españoles". El entonces flamante presidente del Gobierno no censuró la denominación por su "parecido a la aventura alemana o italiana de los años treinta", en cita textual de su vigente alegato contra el nacionalismo. Antes al contrario, el gabinete celebró la bendición de la dama gris del periodismo estadounidense. Identificó la etiqueta con la proclamación a escala mundial de las virtudes del cambio registrado en España.

En su descargo, González puede alegar que en 1982 hubiera festejado que le asignaran cualquier ideología excepto la socialista. De hecho, el Times quiso soslayar una marca izquierdista infamante en Estados Unidos, incluso para los Demócratas. Cuando el expresidente socialista excava hoy un hueco en su tupida agenda empresarial para equiparar a Artur Mas con "la aventura alemana o italiana de los años treinta", no comete un error aislado en un texto apreciable. La fácil apelación al nazismo sirve igual para despachar a una pareja sentimental dominante que a un entrenador de fútbol, por lo que transforma el conjunto en un artículo populista. Es probablemente la única adscripción que González considera más infamante que nacionalista. Dado que "socialista" sigue sin complacerle, el mercado ideológico ha topado con un cliente harto exigente.

En la dura pugna de populistas contra impopulares, es curioso que el ecuánime González se olvidara en su descalificación global de "la aventura soviética de los años treinta", una década que coincide con las feroces purgas estalinistas. Solo un comentarista perverso advertiría, en esta omisión, la prevención del expresidente a que alguien rastree en su pasado de buen marxista. Al fin y al cabo, el PSOE reformado salvaguardaba bajo su liderazgo un espacio en los dogmas para enarbolar "el derecho inalienable a la autodeterminación de los pueblos". Con perdón, "pueblo" es una categoría nítidamente populista, y la emancipación emparenta forzosamente con el independentismo. Suerte que González marca a cada paso del camino cuáles son las tendencias odiosas, que a menudo acaba de abandonar.

Prorrogando el elogio del Times, cabría titular al González actual de "viejo nacionalista español". Sin embargo, hoy renegaría del nacionalismo en cualquiera de sus manifestaciones, otra fe biográfica a desmentirle. Como de costumbre, el PP ha sido el primero en carcajearse de un artículo del expresidente socialista con vocación estatal y de apoyo al poder legítimo concentrado en La Moncloa. Fiel a su vocación primordial, Rajoy ha transformado el Tribunal Constitucional en el Comité Superior de Disciplina Deportiva, con vocación sancionadora. Por lo visto, no es populista colocar el TC a los pies de Albiol, fino jurista. Los populares que no populistas desvelan con una mano el supuesto plebiscito de Mas, y con la otra imponen un plebiscito español, así en las catalanas como en las generales. La política pierde los últimos residuos de su labor de seducción.

Nadie se atrevería hoy a recordar que fue el Ortega poco sospechoso de nacionalismo quien defendió la nación como "un plebiscito cotidiano". Es decir, los ciudadanos votan a diario su adscripción nacional, que los gobernantes han de ganarse a pulso. A Rajoy le entran sudores solo de imaginarlo. Se avanza la clausura del artículo sin resolver el enigma principal. El PP y el PSOE son los faros que resguardan a los contribuyentes de los cantos de sirena populistas pero, ¿qué es lo contrario del populismo? Tal vez por falta de referentes, la alternativa a los populacheros emergentes se encarna en la España de Rodrigo Rato, Bárcenas o Pujol, por no hablar de los EREs de Chaves y Griñán. Puede ser comprensible un cierto rechazo a estos modelos.

En la comparación de la Cataluña actual con "la aventura alemana o italiana de los años treinta", el desafuero es más disculpable que la elección de un ejemplo diametralmente opuesto. La pulsión imperial de Hitler y Mussolini los colocaría más cerca de una instancia congregadora que disgregadora, para volver a empezar. La histeria actual se vivió a finales de Zapatero con Batasuna/EH/Bildu/Sortu. Euskadi se ha apaciguado razonablemente en cuanto los separatistas se han visto obligados a gobernar en igualdad de condiciones, según me predijo el hoy tristemente olvidado Alfredo Pérez Rubalcaba.

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