Hace un tiempo que los vengo observando, cada vez desde más cerca, por cierto. Los veo en mi barrio con sus diferentes mudas en diferentes actividades deportivas, bicicleta, carrera, caminata, gimnasio, senderismo? O culturales, hoy toca teatro, mañana ensayo de coral, pasado exposición. O actividades caseras varias, hoy hay que pintar o arreglar el jardín. O familiares, dando una mano en lo que haga falta. Atiendo a sus conversaciones sobre el número de kilómetros que han recorrido en el Camino de Santiago. Este año, en bicicleta. El próximo, ya veremos. O explicando cómo gestionan determinado proyecto solidario, o no, en el que están comprometidos desde que los prejubilaron en sus empresas y ahora, por fin, son los dueños de su tiempo. También me los cruzo en la universidad. Aunque no los vea, los oigo, los reconozco en el sonido grave de sus voces y también en el de sus risas desenfadadas, entregadas, liberadas, dispuestas, alegres. Bellas en un sentido amplio. Personas saludables, curiosas, activas, comprometidas, satisfechas. A estas personas hay quien les denomina sexalescentes con el objetivo de dotarles de una identidad propia que posibilite su conocimiento; que ayude a describir esta nueva franja social surgida de los avances médicos, sociales, culturales, políticos e ideológicos. Surgida también de un momento y proceso personal y profesional propio en el que han tenido, y podido tomar decisiones, como casarse o no, divorciarse, tener o no hijos, estudiar, incluso. Un grupo nuevo, recién estrenado, que no se ha detenido en el tiempo. Bien al contrario, mantener y avanzar al mismo tiempo es parte del lema de este grupo social.

No todos están jubilados. De hecho, el grueso más importante de este gran grupo de población está activo, también a nivel laboral. La mayoría de ellos está cerca de los sesenta y hasta los setenta años, más o menos, aunque podríamos ampliar más, igual que ya lo hemos hecho con los adolescentes, anchando la horquilla de edad en más de diez años. Ya hace tiempo que lo viene diciendo mi colega y amigo Alan Walker, catedrático de Política Social y Gerontología Social de la Universidad de Sheffield, líder de numerosos proyectos europeos, cuyo objetivo es ampliar la esperanza de vida de la población libre de dependencia. Alan considera que no sólo nuestro estado físico y mental, también nuestra situación digamos contextual en términos sociodemográficos, nos ha rejuvenecido unos diez-quince años, dependiendo también de otras cuestiones, por ejemplo, de autocuidado y de generosidad genética. Así, teniendo en cuenta estas claves, una persona de sesenta años, estaría considerada como una de unos 45-50 años. Y, de momento, aún podemos estirar unos seis años de esperanza de vida saludable, y cinco años de esperanza de vida libre de dependencia, según lo que hemos leído en la revista médica The Lancet, en el número publicado el 22 de agosto. El número recoge las conclusiones del estudio sobre el coste global de las enfermedades, y analiza y compara el periodo 1990-2013 en diferentes países del mundo. Un trabajo con muchas posibilidades, desde el punto de vista de las políticas de salud pública que deben llevar a cabo los gobiernos para mejorar, tanto la esperanza de vida en general, como, en particular la esperanza de vida libre de dependencia. Avanzar sobre la calidad de vida requiere acción política y económica. O sea, invertir en la prevención y en el tratamiento precoz de las enfermedades, que pueden favorecer una situación de dependencia, y que son buena parte de aquellas que están en el top ten del estudio citado. Porque el autocuidado, junto a los factores sociales culturales y formativos cultivados por los sexalescentes siendo importantes, son sólo una parte de esta ecuación.

* Catedrática de Universidad en la UIB