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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

No protestar en misa

En otro rapto de singular audacia, la Iglesia cambió de Papa para que nada cambie. Así lo demuestra la petición de cuatro años de cárcel para cada uno de los seis jóvenes que interrumpieron una misa en San Miguel, en un acto de protesta contra la ley del aborto. Para calificar la petición carcelaria de grotesca, ni siquiera hace falta enarbolar la generosa actitud histórica del obispado de Mallorca hacia los sacerdotes pederastas. No hubo violaciones en el "acto aislado" del templo palmesano, a diferencia de lo ocurrido en un número preocupante de sacristías de la isla. Ni con Franco se hubieran atrevido a tanto. Si compartiera la autocrítica de su Sumo Pontífice, el obispo penalista se plantearía la abismal diferencia de edad entre los asaltantes y los feligreses, a fin de rejuvenecer su parroquia.

Cristo interrumpió el ceremonial del templo para desalojar a los mercaderes a latigazos, menos mal que no lo juzgaban en Mallorca. El encarcelamiento de los discrepantes transforma la misa de comunión de protesta en acto de sumisión, para equipararse a la otra religión verdadera. Definida por el martirio, la Iglesia defiende hoy que, puestos a que haya mártires, mejor que sean otros. En lugar de encariñarse con una justicia humana que se resiste a pagar mediante sus impuestos, el obispado hotelero que desaloja a monjas para transformar los conventos en establecimientos turísticos debiera persuadir a los asaltantes en un debate abierto, pues considera que le sobran razones.

Los seis nuevos mártires de la Iglesia pueden requerir como defensor al Papa Francisco, salvo que en el día del juicio esté luchando contra el cambio climático. En el análisis político subyacente, predicar el perdón y con el mazo dando es una pésima estrategia. Bauzá pagó muy cara su pretensión de encarcelar a jóvenes que se atrevieron a desenchufarse durante unas horas de las envilecedoras redes sociales, para participar de la vida educativa en la conselleria de Educación. Dos años después, el farmacéutico estaba en la calle. Menos mal que la Iglesia es eterna.

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