Diario de Mallorca

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Llorenç Riera

Injerencias, sustos y escaso diálogo

Año y medio después de haber ocurrido los hechos, cuando pocos se acordaban de ellos, vuelve a la actualidad el incidente de la iglesia de Sant Miquel de Palma en el que una treintena de proabortistas irrumpieron con gritos en el templo durante la celebración de una misa. La cuestión resucita ahora por efecto de la consabida lentitud de la Justicia, el miedo del momento, las directrices que emanaban de la Conferencia Episcopal ante altercados que se reproducían en iglesias de toda España y la incapacidad de diálogo. Aquí también hubiera sido mejor un mal acuerdo antes que un buen pleito. Aún que sea de forma tardía, todavía se está a tiempo de rehacer la situación.

El Obispado de Mallorca, en su condición de acusación particular, reclama cuatro años de prisión para dos chicas y cuatro chicos imputándoles un delito contra la libertad de conciencia y los sentimientos religiosos. El fiscal, por su parte, mantiene la misma acusación, pero rebaja las penas al año y medio de prisión. Parece que hay distintos niveles de posición ante el incidente, las oficiales y las domésticas o coloquiales. Fuentes del Obispado han venido a reconocer que no pretenden mandar a nadie a la cárcel y que estarían dispuestos a retirar la denuncia si los manifestantes reconocen el error o inoportunidad de su actuación.

Los hechos están claros y admitidos, pero son interpretados y valorados de forma muy distinta. Aquí se ha producido la fractura. Ocurrieron el 9 de febrero de 2014. Una campaña a nivel nacional en contra de la reforma de la Ley del Aborto llevó a un grupo de manifestantes a irrumpir en la misa de Sant Miquel. Hubo encontronazo en el templo entre mundos opuestos y sensibilidades diferentes. La Iglesia institución es contestada de esta forma por su postura frente aborto y las manifestantes predican a grito pelado y pancarta abierta una tolerancia que ellas y sus acompañantes no practican. Lo mismo ocurre con la injerencia rechazada en lo relativo a la libertad sexual y en cambio puesta en práctica al entrar en el templo. Toda conciencia humana es respetable, sobre todo si ella tolera a las demás. La de los creyentes, la de los ateos y la de los anticlericales. Pero la libertad es un tanto diabólica algunas veces y practica la imposición.

El error y el protagonismo están en el escenario escogido, que tampoco es un teatro de variedades, sino un templo. Si la protesta hubiera ocurrido en otro lugar estaría catalogada como una manifestación más, difícil de recordar año y medio después y, con toda probabilidad, no habría pasado nada, lo cual también viene a ser una equivocación, porque Iglesia y sociedad civil descreida necesitan entrar en diálogo y convivencia solvente. A lo mejor, en un resquicio de iluminación, se acierta en no llegar a juicio en el escándalo de Sant Miquel. La penitencia de la renuncia y el mea culpa será edificante. Total, ambas partes han logrado sus objetivos. La Iglesia ha frenado la reproducción de incidentes y los proabortistas se han hecho oír más de lo esperado.

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