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La comunicación de Albert Rivera, un artista de la palabra

¿Gran orador o gran actor? Ahí el dilema de la imagen pública de Alberto Carlos Rivera Díaz. Ese es el nombre originario del político actual de mejor oratoria. Otra cosa es su solidez política. No digo que no la tenga. No lo sé. Hay dudas por desvelar. Precisamente ese no saber, ese dudar al que se suman muchos ciudadanos sin voto decidido, hace aún más interesante analizar cómo con la palabra dicha consigue vertebrar un partido que navega estratégicamente en la indefinición y sigue en ascensor en encuestas electorales.

Ya se sabe que la oratoria es el arte de hablar con elocuencia, de forma elegante, con el fin de convencer a quien escucha. La retórica política de la segunda década del siglo XXI ha pervertido esa definición. Sirven las técnicas antiguas adaptadas ahora a los medios audiovisuales y al discurso de cercanía, pero se ha perdido en elocuencia y se ha ganado en persuasión. Basta ahora con explicar las cosas con frases hechas a modo de titular de prensa, buscar argucias para llamar la atención constantemente, utilizar preguntas sin esperar respuestas, citar ejemplos sencillos, poner el tú en el discurso en lugar del yo y el nosotros para eludir responsabilidades, o bien para identificarse con todos aquellos que no son tu oponente. Si a todo lo anterior se le suma un buen uso de la voz, técnica básica en oratoria, el resultado de la palabra dicha obtiene el éxito y es entendido en el justo término persuasor que pretendía el orador.

Albert Rivera es un artista en la aplicación de esta técnica. Y de las anteriores, también. Enfatiza palabras clave, cambia el tono en determinadas frases, aplica velocidades medidas siempre rápidas en su estilo dependiendo del tema hablado. Pero aún hay más, como buen orador, equilibra recursos lingüísticos y registros de voz con una expresión facial y corporal casi insuperables para un no profesional de la gran pantalla. Y eso que, al hablar en castellano, en situaciones mediáticas críticas, se puede percibir tensión en sus cuerdas vocales. Como consecuencia, de forma casi imperceptible, le tiembla ligeramente la voz. En catalán, con el entrenamiento de años de hablar ante políticos en el Parlament, eso no le sucede. Menos aún se notó en la bronca que "le metió por la escuadra" a Jordi Pujol en su última comparecencia pública. Extraordinaria, de anales de retórica contemporánea. Como siempre, una perversión tras el telón. Hizo con Jordi Pujol exactamente lo mismo que aquello de lo que él le acusaba: bronquearlo. Fue genial la refutación desde la óptica oratoria. Denigrante, imagino, para el espectador pujolista. Errónea la respuesta del portavoz de CiU a Rivera para quienes deseen matar a "su Edipo" psicoanalítico.

Para descubrir las falacias en la intervención del adversario hay que congelar por unos momentos la ideología. La razón residen en el hecho de no olvidar que la oratoria es el arte de la persuasión. Resulta imposible diseccionar un discurso político y preparar una respuesta, un ataque o una defensa retóricas, cuando quien debe hacerlo se deja llevar por la rabia, la pasión política o el sectarismo. Se debe actuar con la sangre fría de un cirujano ante una intervención quirúrgica.

Sigamos. Cuando en castellano le flaquea la voz a Albert Rivera: ¿es una acción meditada en alguien que calcula cada palabra, es falta de seguridad, o es poca práctica ante una audiencia nueva para él? Apuesto por la suma de la segunda y tercera opción. Sabe que ante el votante no catalán se juega mucho. En Catalunya ya conoce cómo se reacciona ante su comunicación, sus argumentos y sus pronunciamientos. Es consciente de hasta dónde llega allí su techo político y entiende que su actitud beligerante no puede transportarla a otros territorios. Quiere captar votos en muchas pesqueras: liberal, "de centro", de conservadores desencantados, de indecisos y no sé si en algún otro caladero más. Sabe bien que moderar contenidos con el uso de la retórica no implica moderar políticas, ni tener que cambiar su forma de expresión y menos aún su verbo ágil. Decía perversamente Cicerón: "No hay nada tan increíble que la oratoria no pueda volverlo aceptable".

El líder de un partido denominado inicialmente Ciutadans, reconvertido en Ciudadanos y "marketinianamente" apostrofado en un C's que nos lleva antes a pensar en una palabra inglesa, que no catalana, y menos aún castellana, emprende su maratón hacia el parlamento español con una comunicación envidiable para cualquier líder, político o no político. Revisemos con rapidez su dilatada preparación oratoria. Se forjó en las lides comunicativas antes de los 20 años. Cuentan que siendo estudiante de derecho le interesaba más la retórica que la política. Cursó su carrera universitaria en ESADE. Allí se aprenden habilidades de liderazgo, técnicas de expresión escrita, habilidades de negociación y oratoria. Se ha escrito que participaba en la liga de equipos universitarios de debate. Competía en toda España en la lengua que fuese necesaria. Ganaba. Se programó para hacerlo, cambió sus hábitos comunicativos, interiorizó su aprendizaje y lleva lustros de entrenamiento sobre sus espaldas. Si se le conoce hoy, tras casi veinte años de instrucción vitalista y exhaustiva, toda su comunicación parece espontánea, hecha con mimbres de una naturalidad desbordante. Aunque cueste creerlo "el buen orador no nace, se hace".

A su capacidad retórica Albert Rivera añade otros aspectos más visuales que también ayudan a crear la imagen de este político que quiere diferenciarse estéticamente de nuevas generaciones pijas y de los amantes de la cultura hipster. Cuadra para su papel de actor político de nuevo cuño su aspecto deportivo, con musculatura de campeón de natación, lucido en el primer cartel electoral que protagonizó. Sus rasgos faciales suaves. La espontaneidad aparente de persona de la calle. Su conjunto físico y expresivo podría llevar a protagonizar un anuncio publicitario de cualquier producto refrescante. Aun así, me atrevería a volver a la retórica clásica y asegurar con ella que su superioridad dialéctica y la base de su imagen de liderazgo reside en la habilidad de generar con rapidez estructuras ligeras para organizar contenidos y en el dominio del orden en el que los va lanzando.

Al escribir estas líneas sobre la oratoria, la comunicación y la imagen de Albert Rivera, pienso en un cierto paralelismo con las formas de expresión rupturistas introducidas por Rafel Nadal en el deporte: cuerpo potente y gesticulación juvenil, rapidez en las respuestas, contenidos estructurados, esquemas previstos y humildad programada. Seguiremos hablando sobre el tema.

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