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Todo por la pasta

Sabemos que es verano porque resulta muy fácil dejarse llevar. Dejarse llevar por todo: por el sol y la playa, o por el movimiento perpetuo en que hemos convertido hasta el último segundo de nuestro tiempo de asueto, o por las rebajas donde se compra por comprar. Verano, según mi amiga Bizet, es sinónimo de quitarse el reloj. Un gesto minúsculo que simboliza olvidarse de las rutinas que durante el resto del año nos regulan a golpe de cronómetro desde levantarse por la mañana hasta rescatar al niño del último curso de macramé de la tarde, y cuanto se relaciona con ellas. La vida sigue, pero en verano jugamos a que es mentira, igual que de pequeños jugábamos a ser mayores. Hoy, además, volverse feliz e indocumentado es muy fácil: sólo hace falta una pantalla para que las neuronas se eclipsen y nos encontremos agradablemente rodeados de otra realidad más soleada, más acorde con la estación.

Hace unas noches, víctima del espíritu veraniego, me dejé llevar por el mando a distancia y me topé con una entrega de Sálvame de Luxe que resultó una auténtica revelación. El caso que vi es mera anécdota, una muestra más del nivel general de la cuore-casquería. Previo pago de su importe, una joven Carmen contaba la gesta de haber mantenido una breve relación sexual con una subcelebrity, famoso de segunda generación, que en la actualidad espera un hijo de su pareja. "Se me presentó la ocasión y la aproveché", era el lema de la heroína; la ocasión de ganar dinero por nada, o por algo que, según el programa, no es nada: la propia intimidad y la de terceros. Frente a ella, con los colmillos en tirabuzón, una panoplia de entrevistadores curtidos en cien batallas algunos las cuentan ya por miles sacaba filo a las pocas aristas que ella, inexperta al fin, dejaba sin aprovechar. Como remate del cuadro, otra mujer, muy seria, avalaba o desmentía las declaraciones de Carmen con la autoridad que otorga el polígrafo. Y Carmen, joven madre soltera casi siempre risueña, sólo un instante semillorosa al pensar en la pareja embarazada de su compañero de revolcón, reivindicaba: "Para que se lo lleven otros, me lo llevo yo", y presumía de no haber fotografiado ni grabado al famosuelo cuando éste estaba dormido, limitando así la posibilidad de prolongar el negocio. Ella sólo tenía un objetivo para vender su historia: poder operarse para conseguir unas mamas más grandes.

Lo llamativo, y lo que en realidad daba que pensar, era la reacción del público. Sus risas y aplausos no transmitían el aprecio de una situación absurda, el reconocimiento del ridículo, de un despropósito coral sustentado en el tráfico de dignidades, sino un rotundo acuerdo con el principio de fondo: todo, absolutamente todo, vale para conseguir unos euros. Otra consecuencia del verano, pensé mientras cambiaba de canal. Y entonces recordé que este programa se emite desde hace años y, además, no tiene vacaciones.

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