Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Columnata abierta

Resurrección

Un fotógrafo es alguien que dibuja con la luz. Esa es la definición que Sebastião Salgado hace de su profesión, basada en su etimología. Su talento le ha permitido retratar en blanco y negro el color de la miseria terrenal, lo cual parece un milagro. Salgado persiguió con su objetivo durante cuarenta años las desdichas del mundo. A través de sus trabajos pudimos ver la explotación laboral, el hambre y la crueldad humana en un grado horripilante. Hasta la aparición de YouTube y los videos sádicos del Estado Islámico, el genocidio de Ruanda de 1994 nos brindó la máxima expresión gráfica de brutalidad y violencia gratuita entre iguales. Salgado nos acercó a aquella locura colectiva que dejó casi un millón de muertos en apenas seis meses, un ritmo no alcanzado por ninguno de los grandes exterminadores de la Historia. Cada una de aquellas instantáneas del conflicto entre hutus y tutsis fueron machetazos en nuestra mirada, pero el reportero no salió indemne de la experiencia. Llegaba allí con la mirada ya magullada por otros trabajos. Las imágenes de las hambrunas en Etiopía en la década de los ochenta forman parte de la memoria adolescente de mi generación, y seguramente es bueno que permanezcan ahí, grabadas a cincel en nuestra conciencia, para no perder de vista la profundidad del abismo que puede constituir el sufrimiento humano. El testimonio de aquellos cadáveres vivos en el Sahel, de cuerpos infantiles de piel y huesos sin fuerzas para llorar, y el relato posterior de violaciones masivas y amputaciones sin remordimiento, son la parte más conocida de la obra del brasileño.

A finales de los noventa Salgado era un hombre moralmente devastado, un espíritu aniquilado por la visión directa del infierno. A pesar de ello no se rindió es un guerrero, en palabras de su hijo y llegó a plantearse un nuevo proyecto: explicar en imágenes la funesta intervención del hombre sobre la naturaleza, la contaminación y los efectos sobre el calentamiento global y el cambio climático. Es probable que la realización de aquella idea le hubiera conducido a una hecatombe personal, porque el nivel de oscuridad que un hombre puede llegar a iluminar por sí mismo tiene límites, aunque use flash. Cambió el plan, y logró resucitar. Aunque resulte increíble a estas alturas del anunciado Apocalipsis ecológico, alrededor del 46% de la superficie terrestre permanece casi intacta, en un estado similar al que se encontraba en la época del Génesis. Y es ahí, en esos paisajes originarios alejados de la tosca injerencia humana, donde Salgado decide esta vez posar su objetivo. Son esos ocho años de trabajo y más de treinta viajes por escenarios naturales majestuosos los que logran cicatrizar las heridas de Salgado, los que rehabilitan al hombre y lo reconcilian en parte con el mundo. Salvando todas las distancias, es un proceso que recuerda al de Arturo Pérez Reverte, un reportero de guerra con la mirada calcinada por imágenes dantescas, y rescatado del averno gracias a la literatura y a su pasión por el mar.

El optimismo en general tiene mala prensa. Está mal visto y se asocia a menudo a la ingenuidad, o peor aún, a una cierta limitación intelectual. Paradójicamente, resulta que si no lo ves todo negro es porque estás ciego. La inteligencia se asocia más fácilmente al pesimismo hobbesiano que a una mirada luminosa. Y en ninguna modalidad del arte se expresa esto tan claramente como en la fotografía, porque fotografiar es encuadrar, y encuadrar es elegir. Hay que escoger dónde mirar, y sobre todo cómo mirar. Salgado recibió en su día duras críticas por apropiarse de la desgracia humana y explotarla de manera comercial. Decían que sus fotografías del dolor eran tan bellas que no parecían reales, y así banalizaba el sufrimiento ajeno. Discrepo totalmente, porque siempre trató de establecer una conexión emocional entre el espectador y la imagen que mostraba.

En los días de ausencia en la cita de esta página he visitado alguno de esos paisajes inhóspitos fotografiados por el brasileño. Volcanes temibles en un territorio humeante y en constante cambio, y un mar de belleza hostil que conmueve el alma. Allí donde la naturaleza indómita se muestra más poderosa el hombre ha renunciado a intervenir, y lo material se muestra efímero y con menos valor. Tocar con las manos y la mirada esa naturaleza en todo su esplendor ayuda a comprender mejor la tesis de Sebastião Salgado, que utiliza el blanco y negro como una abstracción mientras sigue viendo la vida en color: el mundo es un lugar trágico en el que aún queda espacio para la esperanza. Imagino que, entre otras cosas, las vacaciones sirven para resucitar un poco y acercarse a una conclusión similar.

Compartir el artículo

stats