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Antonio Tarabini

Calores estivales (IV): los lobos esteparios y los otros

El verano es la época ideal para observar la naturaleza humana, considerada superior aunque no siempre resulte evidente. Dícese, y se supone que es verdad, que el ser humano es un ser sociable, o al menos tiene la posibilidad de serlo.

A través de la cultura dominante se nos pretenden inculcar los "valores" del lobo estepario, espécimen en auge. El discurso oficial es claro: la crisis ya se está superando. Ahora depende de que los ciudadanos y ciudadanas nos pongamos las pilas, seamos más emprendedores, más luchadores? Se nos forma en la competividad agresiva, la ley de la selva como regla de oro, a actuar como lobos solitarios donde el otro es el adversario real o potencial. Los lazos y vínculos sociales, son meros estorbos. Se nos pretende inculcar que sólo podemos salvar los muebles mediante el sálvese el que pueda. También coexisten otros humanos radicalmente sólos. No son lobos esteparios o solitarios. Son de otra especie. Son invisibles. No se les ve o no se les quiere ver. No tienen nombre, ni apellido, ni rostro. A lo máximo son un número. El número 325.452 de los parados de larga duración. El dígito 43.836 de familias que mal viven con 450 euros de renta básica...

Pero a su vez hay otros modos de estar solos e incomunicados a pesar de estar rodeados de gente y de múltiples artilugios. No en vano se está oficializando un nuevo término, la nomofobia. No nos inquietemos, no se trata de la aparición de nuevos bichitos cuyo objetivo es fastidiarnos las vacaciones picándonos en las nalgas mientras nos bañamos y/o chupándonos la sangre mientras nos refocilamos en nuestra siesta. Se trata de una nueva enfermedad que afecta a tirios y troyanos, cuyos sujetos pasivos pueden observarse y sufrirse en bares, en las playas, en los coches, en las aceras, en nuestra propia casa? Tal enfermedad, la nomofobia, se concreta en padecer una absoluta dependencia de nuestro móvil. Aparatejo de día en día mas complejo y de múltiples usos: comunicarse mediante voz o el maravilloso WhatsApp, Facebook, Twitter, comprar bienes y servicios (desde unas zapatillas inn o una entrada a un espectáculo), mantenerse conectados a múltiples programas musicales, seguir nuestra serie favorita, y suma y sigue.

No resulta extraño observar a adolescentes (también niños y adultos) enganchados literalmente a su móvil o artilugio similar (cuanto más sofisticado mejor). La comunicación, incluida las amistades, son de día en día más "virtuales". Tal realidad puede resultar preocupante no sólo porque pueda derivarse en relaciones no deseables, sino también porque la comunicación, incluida la amistad, requiere visibilidad física, complicidades, rostros, piel, ojos, guiños, dedos? Lo contrario es pura y dura nomofobia. Según los últimos estudios tres de cada cuatro españoles padece nomofobia, enganchados de forma constante a un teléfono móvil, lo que implica sentir la necesidad de consultar el correo, los mensajes de whatsapp o las diferentes redes sociales. Además, se calcula que un usuario suele mirar su teléfono móvil unas 150 veces a lo largo del día. Un 74% de los jóvenes españoles no apagan nunca su teléfono móvil, un dato que muestra que prefieren silenciar su smartphone antes que dejarlo apagado durante unas horas del día. De hecho, España es uno de los países con una mayor adicción de los adolescentes a la red, ya que un 21% de ellos declara que no puede vivir sin una conexión a Internet. Las situaciones límites (ansiedad, irritabilidad, nerviosismo o sentimiento de incomunicación y vacío) se producen cuando los teléfonos se quedan sin batería, se pierde la conexión a internet o cuando se dejan el dispositivo olvidado en casa.

Y en los calores estivales se ponen de manifiesto con mayor intensidad sus síntomas. No resulta extraño observar múltiples y variados humanoides paseando por la playa, con sus pantorrillas, en remojo amarrados a su móvil con cara de póquer, de enojo, de aburrimiento, de sonrisa, e incluso con carcajada incluida. Incluso he sido testigo de un nomófobo pisoteando sin ningún pudor un maravilloso castillo de arena construido por afaneados niños y niñas. Tampoco resulta extraño observar terrazas urbanas y de playa repletas de ciudadanos cuya máxima dedicación es el manejo de sus móviles. O grupos de adolescentes en pandilla, todos y todas amarrados a sus aparatejos.

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