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José Carlos Llop

Joan Baez y Julia Roberts bailan

La otra noche me puse a navegar por la red. Había llovido durante toda la mañana y yo aún no sabía quien era Taylor Swift. Sigo sin saberlo y está bien que sea así, pero esa noche la vi en la pantalla de mi ordenador, con un vestido muy corto, cantando y bailando una de estas músicas de hoy, que son poca música y bastante espectáculo para quedar en nada. Si no empezaron, ya, siendo nada y nada han de ser después, y digo después, ni siquiera digo "cuando pase el tiempo". El tiempo ya no existe en la industria musical (casi en ningún lado existe más que para explotarlo). Pero el titular era "Taylor Swift saca a bailar al escenario a Julia Roberts y a Joan Baez" y ahí, sorprendido, piqué y miré aquel vídeo.

Debo decir por adelantado que no soporto Pretty Woman y que esta película ha mediatizado mi relación con Julia Roberts, quien sólo me ha interesado por su papel en Closer donde actúa junto con Jude Law cuando era guapo (y no tenía tantos hijos), el gran Clive Owen (donde esté él que se retire el estucado de George Clooney) y Natalie Portman, que cuando acierta está bien y por alguna de sus sonrisas blancas y amables sigo con Julia Roberts debido, supongo, a que la amabilidad (la de verdad, no la utilitaria), se encuentra en fulminante proceso de extinción. (Y ahí donde Notting Hill se salva por esas sonrisas, se condena irremisiblemente por el muequitas de Hugh Grant). Pero Joan Baez, caramba, es Joan Baez.

Qué decir de la mujer que amó a Dylan y fue amada por él y a cambio dio una luz distinta a las letras de su amigo, como pasándolas por un filtro de agua clara, que eso era y es, también, su voz (aunque alguna vez las dulcificara en exceso). La militante izquierdista de los 70 y de We shall overcome, dueña de unas piernas espléndidas, en aquella época donde aún no eran las piernas lujo ni mercadeo, sino un ritmo al andar y la fortuna de tenerlas y disfrutarlas con su amante. La mujer que cantó "no lo pienses dos veces, está bien" como nadie ni siquiera Bob Dylan la ha cantado. La que marchó sobre Washington por los derechos civiles y luchó contra el apartheid del Sur y contra la guerra del Vietnam y fue encarcelada y todo con una sonrisa en los labios y sin pasar factura después. O la amiga íntima de Steve Jobs, pero eso vino también después. (Además, le gustaba mucho a mi madre).

Puse el vídeo y de repente fue hermoso ver a Julia Roberts, natural, fresca y feliz, con 48 años, bailando un encanto moviéndose, por cierto, incluso con cierta rigidez, un encanto y dando sobre la pista constantes muestras de afecto sin empalago y de respeto sin halago hacia Joan Baez, que con 74 años, aún hacía lo que podía, como cogida con hilos desde el aire. Había ahí amor por la vida a raudales. Lo había en Julia Roberts, que lo regalaba y lo había en Joan Baez y su aquí estoy todavía. Ambas eran una estampa de la generosidad y esto siempre, siempre, es bueno. Los fans de Taylor Swift estaban encantados con el cameo danzarín, pero si los hubieran encuestado, yo creo que la inmensa mayoría habría preguntado quién era esa señora mayor en vaqueros. Esto ellos; yo, desde esa noche, también estoy encantado con Julia Roberts (aunque no veré ninguna de sus insoportables comedias de amor).

Me pregunté y disculpen, pero seguimos en verano adónde va esa generosidad, cuando existe y adónde va, también, la poca amabilidad que nos queda. Si existe una reserva y qué ocurre cuando esa reserva se agota. Una reserva como la de los conventos de clausura donde rezan por nosotros cuando empiezan a cerrarse por falta de quórum. A algunos puede parecerles una frivolidad lo de los conventos de clausura mezclados con Julia Roberts y Joan Baez bailando. A mí no. La generosidad por pequeña que sea siempre suma y engrandece. Su ausencia o su detracción, producen lo contrario. A veces, incluso, lo que nadie creería si le preguntaran, es decir, el horror. Vivimos un mundo donde la amabilidad, tan desacostumbrada, se confunde con otras cosas, más equívocas. Llevamos años donde la generosidad es algo que no sólo decae sino que incluso se niega políticamente. La fiebre economicista ha barrido con ella e incluso inventando una idea como la solidaridad, tampoco se ha conseguido mucho. La solidaridad y otros términos forzados que tan raro suenan al oído se inventa cuando la generosidad tanto de carácter personal como social deja de existir y pasa a ser un ejercicio de egotismo. Joan Baez y su música nada tienen que ver con Taylor Swift y su cosa enlatada. Julia Roberts tampoco da impresión de cercanía con la nueva y joven diva efímera. Y sin embargo ahí estaban las dos, bailando y, sobre todo, Julia Roberts sosteniendo a la mujer que fue todo un símbolo en los 70. Como quien sostiene un fragmento del pasado que no conoció, pero sabe que sin ese pasado no es, ni será tampoco nada. Quizá Taylor Swift sea la hija de unos amigos. O quizá todo sea una maniobra comercial de la casa discográfica. En cualquiera de los dos casos importa poco. La escena mereció la pena.

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