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Cambio de siglas, de nombres... ¿Algo más?

Tras las elecciones, se ha levantado el telón con un distinto escenario y los nuevos actores encarnan otro argumento o eso es, al menos, lo que esperaba buena parte del público. Pero en este nuestro teatro nos jugamos demasiado como para olvidar que lo importante no es el discurso sino los hechos, así que mucho cuidado en confundir realidad con deseos a medida de la imaginación de cada cual. Con los sueños, en suma.

A este respecto, convendrá diferenciar los sueños de la población, subordinados al dictado de quienes mandan, de esos otros que airearon los que ahora tienen la responsabilidad de concretar los suyos y demostrar que las promesas surgían de un cabal conocimiento, sin nada que ver con la trivialidad o el oportunismo. Y es sabido que todo suele resultar más difícil de lo que se preveía antes de meterse en harina, pero es llegada la hora de probar que el camino se desbroza con base en el sudor y la dedicación (si no se está de vacaciones); que prima la voluntad sobre la contingencia, que si hay que mancharse hacerlo del todo y, de llegar el fracaso, que sea con dignidad.

Entretanto, están ya en días propicios para que comience a saberse sobre la verosimilitud de sus designios. Por fin han logrado ser percibidos como algo más que una posibilidad y lo cierto es que, en sus primeros compases, no mueven al alborozo. Porque la banalidad, cuando no el amiguismo en el reparto de prebendas, han marcado el inicio de la legislatura con una impronta que recuerda demasiado a la que criticábamos en sus antecesores. Se fotografían con el Rey haciendo a un tiempo, algunos de ellos, declaraciones mediáticas de republicanismo, lo que se antoja tan legítimo como una meada fuera del tiesto y dando razón a eso de que el espectáculo puede transformarse en el discurso, a medio camino entre la autosuficiencia y la irrelevancia. Es ésta segunda la que les sobrevuela cuando ponen el énfasis en cuestiones que pocos considerarían perentorias; tal sería el caso de la controversia sobre terrazas de bares y restaurantes, una oficina antidesahucios de dudosa operatividad o la apertura de los jardines de Marivent. ¡Como si, en un orden de prioridades, dichas medidas fuesen las que la población demanda en primer lugar!

Y el asunto no termina ahí ni es el simplismo la única crítica al igual que ocurría con los anteriores, de quienes prometieron diferenciarse sin sombra alguna de duda. La plétora de asesores, demasiadas veces con mejor sueldo que currículo, permite inferir que la tan denostada casta con buena parte de razón dispone, como suele ocurrir con las organizaciones que aúnan poder político y dinero, de un futuro esplendoroso bajo cualesquiera siglas o coaliciones de las mismas y, con semejantes mimbres, entre convicciones y mentiras, no es de extrañar que el deseable golpe de timón sea aún una quimera por la que luchar, mientras las verdades siguen boqueando en trance de asfixia. Entretanto, parece que son los familiares, o sus aliados en el pasado, quienes mejor lo tienen para conseguir un empleo público. Que el joven de veinte añitos dimitiera a los pocos días de su nombramiento, pone en evidencia que los reflejos de sus valedores dejan bastante que desear, y no son precisamente actitudes o comportamientos políticos que estimulen el afán por el estudio y la competencia entre tantos miles que no vislumbran más salida, de no contar con padrinos instalados en el momio, que inscribirse en la oficina de empleo, en espera del milagro, o huir al extranjero.

¿Cuándo van a destapar su tarro de las esencias? Porque si hay que conceder los preceptivos cien días de gracia antes de juzgar, se está en el límite y va siendo hora de asumir que únicamente la confianza es capaz de generar prosperidad; esa confianza que cuestionábamos antes y basados precisamente en las flagrantes discrepancias entre sus pláticas y la contundencia de los hechos. Resulta que en el tiempo transcurrido entre el "Queremos mucho a los monarcas" del expresident Bauzá felizmente, para él, recolocado y el republicanismo de galería, las listas de espera en sanidad siguen superando los cien días; los Centros de Salud bajo mínimos pero una Facultad de Medicina, ¡faltaría más! (comentaré sobre el tema en próxima ocasión), se sigue pagando por aparcar en Son Espases y el incremento de los ingresos públicos no se logrará siquiera parcialmente a través del ahorro, sino por la vía de los impuestos, en línea con otros y como bien sabemos.

Que cada momento tiene su afán es algo obvio, pero si éste consiste en modos distintos para distintos logros, hay que contar con expertos reconocidos y otros que maridos, hijos o próximos a ellos; interiorizar que sólo manos duchas comen truchas, como indica el refrán y, los responsables de las designaciones, estar dispuestos a terminar con sus contradicciones fichando a los mejores. Si no guiados por la ética, cuando menos por estética. Sólo así será posible afirmar que, por encima de siglas y nombres, el cambio que propugnaban ha llegado. Y para bien.

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