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Rosa para la dama, azul para el caballero

Acaba de anunciarse la comercialización de un potenciador sexual para la mujer. Se trata de una pastilla rosa. Recuerden el color de la Viagra: azul para el caballero. Siempre que sale a colación este medicamento que favorece la rijosidad hasta límites casi vergonzantes, me acuerdo de aquella vieja canción de Javier Krahe titulada Don Andrés octogenario, que trata de la historia de un anciano cuyo miembro enhiesto evita el cierre del ataúd. Una descomunal erección post-mortem impide que el difunto sea enterrado en condiciones, para sonrojo de los parientes y allegados. De esta forma, la caja mortuoria queda entornada por culpa de semejante e inesperado insomnio genital. Faltaban muchos años para que la pastilla azul estuviera en el mercado. Está bien eso del deseo, pues a uno le mantiene activo y con ganas de vivir. Ahora bien, venerar el deseo como si fuese la única fuente de felicidad no deja de ser un error. El deseo llevado al paroxismo puede conducir al estrago. Convertirlo en fin en sí mismo, una falta de temple y sabiduría. Vamos a ver, uno está muy a favor de la cópula. Faltaría más. Sin embargo, uno sospecha que, a una edad provecta y cuando las fuerzas menguan, está bien dejarse llevar por ese inevitable apagamiento de los furores genitales. No todo va a ser follar, que nos recordaría de nuevo Krahe desde su féretro medio abierto por causas mayores. El cuerpo es sabio y él sabrá cómo comportarse. Acelerarlo con pastillas que promueven el desafuero no deja de ser una manera de forzar la máquina. Muchos vejestorios se han quedado tiesos en el acto, sexual quiero decir. Ellos muertos y su miembro, allí como un mástil, totalmente fuera de juego, pidiendo una guerra que ya no es ni será. De acuerdo, dirán ustedes, se trata de una muerte feliz. No estoy seguro. Ya digo, todo son suposiciones. Pero uno intuye que la disminución natural del deseo sexual, con el tiempo y una caña, puede convertirse en fuente de otros placeres. Pues haberlos, haylos. No seamos monocordes ni fanáticos del tema. Ya sé que, a menudo, cuesta lo suyo, pero intentémoslo. Ese dulce declive de las fuerzas puede invertirse en leer de una puñetera vez, que no todo va a ser follar que, cabezón, nos vuelve a recordar el estribillo.

La pastilla rosa, también llamado viagra femenino, tiene sus temibles contraindicaciones: mareos, hipotensión, sequedad bucal, desmayos. Existen otras y más sabias maneras de recuperar el apetito carnal. Piénsenlo. Lo peligroso del caso es que pretenden convertir en patología lo que en verdad no es más que un periodo pasajero de desidia o, simplemente, que uno o una está a otra cosa. No convirtamos en obligatorio algo que en sí es placentero. Sólo faltaría ahora eso, convertir el coito en un trabajo. Bueno, a veces puede serlo, pero no nos vayamos ahora a complicar innecesariamente la vida. La ausencia de erección es triste, pero una erección perenne puede llegar a ser insufrible. Forzar en exceso la máquina puede desembocar en un infarto de miocardio. Ha habido casos. Hay formas más suaves de existencia, sobre todo cuando llega la vejez o una edad más o menos provecta. No todo va a ser follar o Sánchez Dragó, ya me entienden. Y, sin embargo y a pesar de todo, qué muerte más épica la de irse al otro barrio cuando uno alcanza la cima y el placer máximo y la muerte coinciden en un punto, y el resto importa más bien poco o nada. Ya saben eso de darse una última y gloriosa alegría o, lo que viene a ser lo mismo: morirse de gusto.

Aunque un servidor se inclina por respetar los ritmos de la vida, siempre desde un hedonismo tranquilo, nada furioso o hiperexcitado. Tampoco hay que olvidar que muchos sabios han llegado a la conclusión de que la pérdida de deseo sexual es una suerte de liberación. Un alivio. Cada cual que elija, pues hay modos y formas y lo esencial es no invadir ni cercenar la libertad individual que, al fin y al cabo, de eso se trata. Morir con bravura como Don Andrés octogenario, cuyo miembro viril impide el cierre del ataúd, o bien como un santo varón, con los ojos entornados y el gesto beatífico, liberado de las pulsiones y los arrebatos de orden sexual. Eso sí, nada de humores agrios. Como ven, estoy echando al traste la teoría que he expuesto antes, pues al final no hay más que esto: cada cual con su fiesta, cada cual con su siesta.

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