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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Basura migratoria

Nunca habían estado tan consistentemente sucias las playas mallorquinas, mar esmeralda en bolsas de plástico. No sorprende la basura, sorprende la sorpresa en la isla más poblada del Mediterráneo al acumular residentes habituales y ocasionales. Sin embargo, los expertos acusan a las corrientes marinas de arrastrar la epidemia desde el norte de África, un culpable conveniente. En realidad somos exportadores netos y no importadores, hasta un químico podría determinar que los salvaslips proceden del vecindario. Pregunten en Las Maravillas por el origen de las decenas de latas de cerveza arrojadas cada noche desde la costa al agua para provocar heridas a los bañistas, ante la impotencia del ayuntamiento palmesano. Argelia y Túnez deberían denunciarnos por contaminación, pero Occidente es imbatible en campañas de propaganda.

La fabulación sobre la herencia recibida tiene su correlato en la basura recibida. Un porcentaje considerable de turistas se desplaza a la isla sin un euro, pero ni un solo visitante escapa a la aportación de desechos que se suma a la cuota de los nativos. Las 27 toneladas de residuos litorales retirados en julio no superan la anécdota, Mallorca no podría asumir la cosecha de basuras si llevara a cabo una exhaustiva operación de limpieza. Ocurre al igual que con la otra corrupción, también política. Si se extirpara totalmente, no habría dónde encerrarla.

Mallorca no es mejor que sus playas. Los discursos oficiales se llenan la boca cantando al mar común, convertido en un gigantesco vertedero. En la aportación al Guinness, tiene mérito haber superado la capacidad de reciclaje del biotopo marino. Todavía resuenan los chistes sobre la posidonia, en una isla cuyos habitantes llevan los perros a la playa en plena temporada. Defecan literalmente sobre su única fuente de riqueza. Sí, también hay seres humanos que extraen piadosamente los plásticos que encuentran mientras vadean el basurero acuático que les llega hasta la cintura. Un gesto admirable pero inútil. Hay que quejarse menos para aprender a convivir con la basura, etiquetarla y coleccionarla como las antiguas conchas marinas.

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