Hace unos pocos días conocíamos la intención del hasta ahora presidente de la Autoridad Portuaria de Palma, de reconvertir el muelle pesquero por veinte amarres de yates frente al Consolat de Mar. Como todos los palmesanos sabemos, el muelle de pescadores es prácticamente el último reducto centenario que le queda al puerto de Palma.

El crecimiento de la ciudad de Palma, especialmente desde la destrucción de las murallas en 1902 destrucción que supuso el pistoletazo de salida hacia la modernidad ha ido perdiendo una cantidad enorme de patrimonio arquitectónico, cultural e industrial. Las razones por las cuales se han sacrificado edificios, calles, barrios, industrias i comercios de todo tipo, han sido siempre las mismas : modernizar, sanear, ganar competitividad, crear puestos de trabajo, etc.

Palma era en 1900 una ciudad, aunque amurallada, abierta al futuro, a su entorno y a las nuevas ideas que dominaban Europa en el cambio de siglo XIX al XX. Muchas otras ciudades españolas y europeas tenían que adaptarse a los nuevos tiempos en donde la industria y las comunicaciones eran clave para crecer económicamente y socialmente. Pero no todas lo hicieron igual .

En Palma perdimos una ocasión para crecer de una manera más cuidadosa y más racional, en el momento que se derribaron las murallas y se diseñó el nuevo ensanche de la ciudad. Se hizo sin apreciar el enorme patrimonio conseguido por muchas generaciones de ciudadanos, de manera desordenada y sin una clara visión de futuro.

Después vino la Guerra Civil y cuarenta años de gestión desastrosa del crecimiento de la ciudad con algunas excepciones que dejaron graves y pesadas herencias, como la autopista que pasa por delante la catedral, un excesivo crecimiento del aeropuerto y del puerto. Lo grande sustituía a lo pequeño, sin claros beneficios para los ciudadanos de las islas.

El desarrollismo de la ciudad fue el motor de la "balearización", proceso imparable que desde los años sesenta, nos ha llevado a una sobrexplotación de los recursos naturales de nuestra isla y una masificación turística totalmente insostenible, perdiendo los residentes y los visitantes, año tras año, calidad de vida y de experiencia turística. Me ahorro los ejemplos porque hay docenas y son de todos conocidos.

Ahora, después de siete largos años de crisis, estamos seguramente ante una nueva aceleración de la demanda turística de nuestra isla, y como siempre después de una crisis, surgen nuevas ideas que insisten en la misma lógica de los últimos cincuenta años: más crecimiento, más oferta, más visitantes y más destrucción de nuestro patrimonio.

El puerto de Palma, espacio que siempre ha estado bajo la titularidad del Gobierno del Estado, ha crecido de manera desorbitada, al compás de la demanda de nuevos visitantes y especialmente de navegantes ocasionales y cruceristas en macrohoteles flotantes.

El resultado ha sido la desaparición de buena parte del paisaje histórico de la bahía de Palma, debido a los amarres de barcos de recreo. Por otra parte, los cruceristas invaden a miles diariamente la ciudad, que ha pasado a utilizarse principalmente como parque temático y comercial, en contra de la calidad de vida de los residentes. Por eso cada vez hay menos mallorquines que vivan en el centro histórico. Es necesario dar un giro de 180 grados a las políticas desarrollistas de nuestra ciudad basadas en la destrucción del patrimonio de todos los mallorquines.

Para ello hay que abrir un debate sobre la ciudad que debemos construir a lo largo del siglo XXI. Las ciudades no se construyen o reforman en cortos espacios de tiempo. No podemos seguir con la lógica de ir poniendo sobre el tablero iniciativas desconectadas sin una lógica integrada: un día es el palacio de congresos, otro la ampliación del puerto del Molinar, o el plan de reforma del Jonquet? ahora la desaparición del muelle antiguo de pescadores.

Necesitamos oír lo que quieren los ciudadanos, sus entidades, sus empresas, sus partidos políticos y desarrollar un consenso sobre las líneas maestras por donde transcurran las innovaciones y las reformas de la ciudad en este siglo.

Sin duda, una de estas líneas maestras debe pasar por restaurar al máximo el enorme patrimonio perdido o abandonado, así como introducir nuevas aportaciones que den solución a las necesidades de la ciudad.

Seguro que entre las actuaciones que deberemos afrontar, será fundamental la recuperación de la fachada marítima para el disfrute de los ciudadanos de Palma y sus visitantes. En ese proceso de recuperación, además de eliminar la autopista, habrá que repensar las funciones y el desarrollo del puerto, con el objetivo de devolver a la ciudad un espacio sobrecargado de barcos que han eliminado poco a poco el paisaje más emblemático de la ciudad. Por lo tanto, nos parece un absurdo total desfigurar el actual muelle de pescadores por veinte amarres de yates.

* Socio de ARCA