Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Explicaciones

Uno de los rasgos más asombrosos de la naturaleza humana no son los errores que cometemos sino las tonterías que contamos para justificarlos. Esta semana hemos sabido que el ministro del Interior había abierto su despacho a Rodrigo Rato. ¿Motivo? Al parecer el ilustre imputado deseaba transmitirle su inquietud por su seguridad personal. Asombrosamente el ministro no informó al presidente del Gobierno de la entrevista. En realidad sólo cuando la prensa se hizo eco del asunto, Fernández Díaz no tuvo más remedio que llamar a Rajoy para informarle del encuentro con Rato. Una vez más el presidente salió en su defensa con el cuento de que la seguridad de los ciudadanos es el principal objetivo de Interior.

Hombre, Mariano. Yo no dudo de que el gran cometido de dicho ministerio sea garantizar nuestra seguridad. Pero, ¿la de quién? ¿la de Rato o la de las chicas asesinadas en Cuenca? Primera cuestión. Luego el ministro tuvo que comparecer públicamente para explicarse y aquello derivó hacia el delirio surrealista. Fernández Díaz dijo que no tenía nada que ocultar; por eso se había reunido con Rato en la sede del ministerio en Madrid. Según él no lo hizo en ninguna gasolinera, cafetería o piso franco. Eso dijo. Sin embargo, este argumento alucinante da a entender que cuando hay algo que ocultar, la cosa va de gasolineras, cafeterías y pisos francos. O sea, que el ministro de Interior tiene dos vidas por lo menos. En una de ellas recibe a los ladrones de guante blanco en el confortable despacho de su ministerio, y en otra se entrevista con tipos más siniestros en pisos francos para tratar de asuntos más comprometedores. Esos que nadie debe saber.

Tercera cuestión. Si el presidente del gobierno no es informado de una reunión tan polémica en la sede de ese ministerio que garantiza nuestra seguridad, ¿qué sabrá de lo que se guisa a sus espaldas en las gasolineras y cafeterías de nuestro país? Ojalá que alguien pueda explicármelo. Pero sería bueno que al hacerlo no recurriera a argumentos tan pueriles y patéticos. Porque en medio de esta locura, de esta desfachatez, de esta tomadura de pelo, resulta que estamos nosotros, los españoles, que les pagamos unos sueldos estratosféricos. Con estas cartas en la mano deberíamos ser lo suficiente coherentes y sensatos para echar a estos tíos del poder. Ya. Pero cada vez que se publica una nueva encuesta sobre la intención de voto, pues parece que la derecha va remontando el vuelo. No importa que lo haga entre mentiras, delirios, falseamiento de datos, maniobras y corruptelas. Porque en el fondo nos va la marcha. Lo peor que le puede pasar a un pueblo, en materia política, es pillarle el gusto al vicio masoquista. Da igual que el látigo lo maneje el PP o el PSOE. Hace siglos que nos va la tralla. Y como ocurre en la vida real, lo que más nos gusta es que nos pongan de rodillas y nos azoten el trasero. Eso sí, siempre en nombre de nuestra dichosa seguridad.

Compartir el artículo

stats