Diario de Mallorca

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Una adolescente holandesa se ha matado en Cantabria haciendo lo que se conoce como puenting, esa palabra extraña utilizada para nombrar una costumbre que viene también de fuera. El puenting, como se sabe, consiste en tirarse de un viaducto, cornisa o lo que sea con una cuerda elástica atada a los tobillos que sujeta al practicante de ese desafío, deporte o como se le quiera llamar impidiendo que se estrelle contra el suelo. El asunto forma parte de la tendencia postmoderna a asumir riesgos artificiales ya sea porque la vida no le da a uno las suficientes satisfacciones o porque liberar adrenalina se convierte en adicción. Sea como fuere, no son raras las diversiones (?) que ponen la vida en peligro fiándola a un sostén más bien dudoso. Aquí, en Mallorca, no sé si hay mucha afición al puenting pero sí al balconing, palabro horroroso construido por extrapolación del anterior y que se refiere a la costumbre de pasar de un balcón a otro por la fachada de los pisos altos de los hoteles, cuando no supone tirarse desde allí a la piscina con el resultado que cabe imaginar.

Las primeras investigaciones acerca del accidente de Cantabria apuntan a que la chica que se ha matado se tiró al vacío porque entendió que la máquina del puente le decía "Now jump", salta ahora, cuando en realidad lo que hacía era advertirle de que no lo hiciera ("No jump"). Si a los riesgos inherentes que tiene el lanzarse desde decenas de metros fiando la vida a una cuerda elástica se les añade que las instrucciones para el disparate son ambiguas, es bastante probable que sucedan cosas así. La culpa no es de la máquina, por supuesto, sino de quienes la diseñaron y de sus clientes. Imagino que si el procedimiento de saltar por los aires hubiese estado a cargo de un empleado en vez de dejarlo al albur de una grabación la chica aún podría pensar en meterse en otras formas de jugarse la vida para sentir euforia. Pero no nos engañemos: ningún reglamento de seguridad podrá jamás impedir por completo los accidentes, así que el problema aparece con lo que estamos dispuestos a arriesgar para divertirnos. Cosa que lleva a la contrapartida de lo que la sociedad está obligada a hacer cuando las cosas se tuercen en auxilio de quienes arriesgan su salud y su vida de semejante manera.

Son del todo común las noticias de accidentes relacionados con las actividades de riesgo, desde el senderismo por lugares peligrosos a la navegación o el buceo insensatos, pasando por esos puentings y balconings que no necesitan irse a lugares exóticos para terminar con la cabeza en pedazos. Sería espantoso vivir en un país en el que el Estado velase por sus ciudadanos impidiendo que hiciesen cualquier actividad peligrosa mediante una labor de vigilancia obsesiva. Pero si uno tiene la libertad para jugarse la vida no debería a la vez reclamar a las autoridades el que le salven, con enorme dispendio de medios y dinero público, cuando termina por romperse los huesos del cuerpo.

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