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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Cena de verano

Cenando la semana pasada con unos amigos, hablamos de la recuperación económica que vive el país. "Los bancos ya no ganan con los depósitos ni con el dinero que ingresan los particulares -nos explicaba el director de una sucursal-, sino básicamente con las comisiones, que no gustan a nadie, y con la concesión de créditos. El crédito se está reactivando, aunque ahora se es mucho más selectivo que antes". Lenta pero gradualmente, los beneficios de la banca se irán normalizando a medida que se normalice también la percepción de riesgo y la economía continúe su expansión. El brutal ajuste de costes empresarial llevado a cabo en estos últimos años juega también a favor de la recuperación de los beneficios de las sociedades, que apenas han iniciado su giro al alza. El siguiente paso natural es que, como una lluvia fina, la bonanza se traslade de modo transversal al conjunto de la ciudadanía en forma de más empleo, contratos más ventajosos, nuevas empresas y un mayor número de oportunidades. Algo de esto se empieza a percibir ya en la calle. La caída del déficit facilita la aprobación de unos presupuestos más expansivos, rebajas de impuestos y mínimas subidas en los sueldos de los funcionarios. Para 2016 se prevé un incremento salarial en el sector privado en torno a un 1,5%, lo cual si se mantiene la actual atonía inflacionaria supondría una mejora real en el poder adquisitivo de los ciudadanos.

Uno de los comensales comentó que, en su propia familia -definida, en un sentido amplio, de hermanos a suegros-, se habían adquirido cuatro nuevos coches durante los últimos doce meses, después de llevar años sin hacerlo. Se trata de una anécdota particular, pero que puede servir como muestra de un optimismo que comienza a estar más generalizado. El turismo se sitúa en máximos históricos, las hipotecas repuntan, el apetito inversor se afianza, con ejemplos notorios como la facilidad con la que grandes SOCIMI están cubriendo sus ampliaciones de capital. Aunque el crecimiento español sigue siendo endeble y todavía no se haya recuperado el PIB anterior al crack de 2008, sí parece algo más sano que antes. La pregunta, de todos modos, es si habremos aprendido de los errores del pasado, lo cual resulta difícil de dilucidar en periodos tan cortos. A pesar del desapalancamiento de estos años, el endeudamiento familiar y empresarial continúa siendo muy elevado, las reformas liberalizadoras a favor de la competencia han sido escasas -nulas en lo que concierne a los colegios profesionales- y el tamaño medio de las pymes no les facilita dar el necesario salto exportador. Año tras año, las patentes españolas suman números ridículos, incluso si sólo tomamos en consideración a los países de nuestro tamaño. La crisis ha decapitado buena parte de la I+D, después los aciertos cosechados durante las legislaturas de Zapatero. Con demasiada frecuencia nos olvidamos de que los grandes proyectos colectivos -y la ciencia debe ser uno de ellos- necesitan tiempo para madurar. El trabajo bien hecho no se mide en años.

El tiempo constituye un valor difícil de juzgar subjetivamente. Para un parado de larga duración sencillamente no existe la posibilidad de esperar, porque la asfixia del presente dinamita la esperanza. Del mismo modo, para una sociedad impulsiva y hedonista, la tentación del corto plazo oscurece el futuro. Esto, por un lado, se pone de manifiesto en el adelanto electoralista de la rebaja del IRPF, prevista para 2016, o en los guiños llevados a cabo en el gasto social. Pero, por otro, nos encontramos con la impaciencia de muchos votantes que quieren ya lo que lleva generaciones conseguir, incluso en el mejor de los casos. ¿Cuándo llegará definitivamente la mejora de la economía a nuestros bolsillos?, nos preguntamos en la cena, sin que nadie supiera dar una contestación clara. ¿Cuándo se dejará sentir en los colegios, en los centros de salud, en las bibliotecas municipales, en los servicios de limpieza públicos? Si somos pacientes -y no caemos en el error de privatizar lo que no se debe-, seguramente antes de lo que creemos. Sin embargo, si la ansiedad rige nuestras decisiones, la respuesta vendrá en forma de una súbita recaída. Lo único que tuvimos claro unos y otros fue que la clave estará en el resultado de las próximas generales (y no en las catalanas de septiembre). Y más ahora que incluso Rajoy empieza a considerar la necesidad de una reforma constitucional.

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