Diario de Mallorca

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Norberto Alcover

El niño de la verja

Había sido una jornada abrasadora de sol y de trabajo. Con las cortinas cerradas, la columna de aire enchufada toda la mañana y una sensación de aplatanamiento que me deslucía el empeño. De vez en cuando me sentaba en el sillón orejero y miraba el techo, lo que siempre me relaja : parece la nada de nada, y me pierdo en ese vacío absoluto, si bien de color blanco. Hasta volver al trabajo. Acabé y caí en la cuenta de que lo escrito era malo de pecado mortal. Borré las palabras tan costosamente escritas y me fui a distraerme con la prensa del día. Y arrancó la aventura.

Al poco de tomar la prensa descubrí la fotografía : la imagen de un niño negro subido a una valla en el Reino Unido, intentando saltar hasta la libertad de todo. Lo aupaba una mujer, lo agarraba un hombre, parece que su padre, y lo acogía al otro lado tal vez su madre. La cara era de sorpresa y audacia, no parecía de miedo alguno. Llevaba un conjunto de chándal, intuyo que de color diferente. Y estaba rodeado de otros inmigrantes de color también, que miraban la escena con estupor y alguna sonrisa. Una imagen para la historia de nuestra UE de las comisiones y de los parlamentos y de los castigos sin piedad, por ejemplo a los griegos, que dilapidan y no tienen ni catastro. Después, leía que en 2050, será Africa el continente más poblado de la tierra y el que menos nuestra UE, ahora codiciada.

Durante todo el día no pude escapar a la imagen del niño de la verja y en la verja inglesa. ¿De dónde vendría? ¿Qué camino habría tenido que hacer? ¿Qué debería hacer yo mismo ante la situación de este pequeño, enfrentado tan pronto a uno de los males del siglo XXI, como es la huída hacia la libertad y la comida de más de doscientos millones de personas en nuestra misma tierra? De nuevo sentado en el sillón orejero de la habitación, miraba cada uno de los objetos que me rodeaban y los encontraba extraños a la imagen del periódico, porque esa desigualdad de la que tantísimo se habla sonaba en todo el ámbito de mi vida diaria como un bombazo tremendo hasta llenarme de vergüenza y de estupor. Hasta una pequeña talla de Jesucristo niño me resultaba ajena, y es uno de mis objetos preferidos. ¿Por qué yo tan bien instalado, y no vivo de forma llamativa alguna, y el niño de la valla en situación tan miserable de huída hacia terra incógnita, vaya usted a saber para acabar en qué? Estuve largo rato reflexionando y empequeñeciéndome hasta la humillación, para de pronto caer en la cuenta de que solamente puedo escribir estas líneas para invitarles a que también me ayuden a reflexionar mientras contemplan a sus hijos y nietos. Esos pequeños que seguramente no tendrán que saltar jamás una valla para tener alguna esperanza fundada?cuando tampoco aquí andamos sobrados de esperanza. Al cabo, marché para visionar el telediario.

Y ante mis ojos atónitos, el espacio abría los informativos precisamente con las imágenes del niño de la valla pero con la imagen móvil de la pequeña pantalla. Allí estaba él y sus padres y sus compañeros de huída, mientras la policía intentaba inútilmente controlar la entrada de una manada humana de inmigrantes venidos probablemente de territorio africano. Ya no se trataba de una imagen paralizada en la prensa escrita. Allí estaba el pequeño vivito y coleando. Y al pisar suelo inglés, sonreía en brazos de su madre, consciente de haber tocado el cielo con sus manos probablemente heridas por las púas de la verja. Una vez más, David había vencido a Goliat.

Pues tal vez no. Resulta que, más adelante en los informativos, se comentaba que el primer ministro Cameron estaba dispuesto a construir unos barracones para controlar a las personas recién llegadas a su Inglaterra maravillosa y tan decadente, hasta que se les devolviera a su lugar de origen, como ya habían anunciado los alemanes. Parece que ambas naciones carecen de memoria colonial, pero es lógico que decidan tales medidas tras su conciencia del sempiterno Imperio y de la imperturbable señora de la UE respectivamente. ¿Qué importancia tienen los inmigrantes, pobre gente a la que el mismo Cameron denomina "plaga"? Y uno se interroga por el futuro del niño de la valla, en aquellos momentos firme y hasta sonriente, y Dios sabe hasta qué punto víctima de la sociedad del bienestar. Uno se lo pregunta sentado en su sillón, llegada la noche, llegada la consumación de una jornada comenzada con el calor, la agonía del cansancio, una escritura inútil y enseguida la imagen de una criatura en chándal mientras intentaba salir de la miseria.

Al día siguiente, de nuevo ante la prensa, distinguía las imágenes de nuestros representantes baleares en su visita al rey. Estaba bien que se conservaran incluso las formas republicanas, pero me preguntaba, sin acidez alguna, de qué nos sirve tener montado nuestro tinglado democrático-burgués si al final siempre acabamos en palacio, besos y abrazos incluidos. Y conste que quien mejor estuvo fue nuestro alto y elegante monarca, que mantuvo el tipo entre tantísima palabrería de medio pelo. No se lo merecía el niño de la valla.

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