Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Muchedumbres

Bienvenidos al mes de agosto. Vacaciones, sol, playa y descanso son algunos de los conceptos a los que, tradicionalmente, podríamos ligar estos días del año. Un mes esperado por muchos durante el largo invierno. Los que trabajan en asuntos relacionados con la justicia, por ejemplo, no tienen mucho más remedio que elegirlo para su descanso. Para otros, no obstante, es el de mayor carga de trabajo, sobre todo en una comunidad turística como la nuestra. Después de un julio vivido en una permanente ola de calor, agosto llega ya para algunos en medio de una sensación de hartazgo.

Gustavo Adolfo Bécquer decía que la soledad es el imperio de la conciencia. Si tenía razón y es bastante probable que así fuera podemos deducir que no hay manera humana de escucharla a ella y a nosotros mismos durante un período demasiado largo en estas islas. Algunos miembros de nuestra especie encuentran su felicidad en las aglomeraciones, la algarabía, el ruido y la actividad constante e irreflexiva. Sin embargo, poco espacio queda para quienes buscan en su tiempo de ocio la tranquilidad de los hombres válidos. Para Nietzsche, la valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar. Una cualidad que rara vez ponemos a prueba. Si a nuestra vida diaria de estrés y ajetreo le añadimos un ocio marcado por la necesidad de estar permanentemente entretenidos, el resultado es la negación del lugar para la reflexión o la lectura profundas.

¿Han intentado coger un coche en Palma a media mañana, no ya en agosto, sino durante todo el mes de julio? Los aparcamientos, el Paseo Marítimo y el centro de la ciudad colapsados. ¿Han intentado ir este año a Es Trenc? Una misión imposible, atribuible o bien a la decisión de clausurar unos aparcamientos situados en sistemas dunares o en haber favorecido una demanda durante toda una vida con esas plazas ilegales. ¿Han hecho lo propio con Cala Varques o playas de Muro? Lo que podía ser antaño un acto cotidiano como el de comer una paella un domingo en un chiringuito en la playa se ha convertido en un cometido casi heroico que tiene que ser planeado con dos meses de antelación para encontrar sitio. Un domingo de julio cualquiera, uno podía tardar media hora de reloj en salir del aeropuerto, atiborrado de turistas, por no mencionar los 30 grados del interior del recinto es que ya son ganas de quejarse, si incluye servicio de sauna gratuito.

Siempre me han gustado el mar y la playa. Desde que tengo uso de razón, mis vacaciones de verano han sido en la Colònia de Sant Jordi, donde me bautizaron. Recuerdo sus calles sin asfaltar las cicatrices en rodillas y codos al aprender a montar en bicicleta lo atestiguan, las casas de pescadores de un solo piso y la cantidad de solares vacíos que había donde buscar palos para construir una cabaña o jugar al escondite. Recuerdo los domingos en Es Carbó cuando aún era un vergel en el que podías andar sin encontrar a nadie en cincuenta metros. Recuerdo cuando la carretera Llucmajor-Campos no era un problema, porque soportaba perfectamente el tráfico de todos los que íbamos al sur de Mallorca. Probablemente esa es la razón por la que ya casi no vuelvo en agosto; este año hasta el julio se ha convertido prácticamente en un imposible. Entonces, cuando veía en televisión que en la península había playas en las que la gente tenía que plantar la sombrilla a las 6 de la mañana para tener sitio, pensaba que jamás iría de vacaciones a un sitio así. Lo mismo está ocurriendo ahora en Es Caló des Moro.

El equilibrio siempre es difícil, más cuando el turismo se empeña en seguir dándonos de comer. Formentera empieza a plantearse ya limitar la entrada de vehículos e incluso de visitantes para preservar lo que aún queda del último paraíso del Mediterráneo. Manacor dejará de promocionar sus calas más vírgenes para que lo sigan siendo. En Eivissa julio ha sido también como otros agostos, con una gran afluencia de turistas que provoca escasez de agua en la zona de Sant Josep. A priori, no parece mala idea plantear el debate antes de que sea demasiado tarde. ¿Es conveniente un modelo turístico basado en la masificación concentrada en dos meses durante los que es imposible hacer nada con tranquilidad? No se puede conducir, ni ir a la playa sin escuchar a niños gritones o música de móviles a todo volumen desgraciadamente, el número de maleducados que importamos mantiene la media de los autóctonos. Más de un residente se plantea desaparecer de Mallorca durante los meses de verano o coger las vacaciones en otro momento del año si el trabajo lo permite a este paso la desestacionalización llegará gracias a nosotros mismos? Podemos elegir entre el turismo de calidad y el que tenemos? Puede que parte de la respuesta esté en lo que ofrecemos y en los reclamos que se utilizan. Más allá de las incomodidades propias, la cuestión es si nos conviene a largo plazo seguir creciendo en número mientras perdemos en calidad y continuamos descuidando toda alternativa al turismo para ganarnos la vida. Preguntarnos, en definitiva, si no empieza a haber ya demasiada gente.

Compartir el artículo

stats