Despunta el alba y los titulares se llenan de tinta roja. "Detenido por degollar a su expareja en Palma", "La mujer asesinada en Palma no había denunciado malos tratos" exponen los titulares principales. "Se trata del primer caso de violencia de género, en lo que va de año, en Balears". Apenas unas horas han sido suficientes para alcanzar su máxima difusión en las redes sociales, convirtiéndose en una de las noticias más compartidas; el rechazo, la indignación y la frustración se hacen a estas horas evidentes, con unanimidad, entre los cibernautas. ¡Y no es para menos! Nunca acabar con la vida de una persona fue para menos, sin excepción alguna.

Pero la tónica adquiere otros matices cuando se trata del caso de la "Octogenaria que mató con una muleta a su marido en Málaga", publicado el día 30 de julio en El País. Ya no se habla al unísono. Los usuarios dudan, cuestionan, se preguntan ¿es el género un atenuante?, ¿y la edad?, ¿estará marcado el homicidio por una vida de violencia?, ¿esto debe ser considerado violencia doméstica?, ¿es la prisión la respuesta adecuada en estos casos? Otras preguntas más concretas, más cotidianas ¿a estas alturas?, ¿qué raro?, ¿qué habrá pasado? No lo sabemos a ciencia cierta. Nadie, excepto sus protagonistas, conocen el por qué de sus actos. No están justificados, ni deben estarlo. Tampoco la opinión libre y estereotipada sobre la vida personal de los demás. Lo que si sabemos es que la violencia no cesa con la edad, volvemos a repetir, no se acaba por cumplir años; cambia de tipología (siendo la psicológica la que prevalece), se vuelve invisible, se oculta y se disfraza. O bien, a base de estar presente en la vida compartida, se incorpora como algo común e irremediable, se banaliza. Pero está ahí. Sigue latente. Hasta siete fueron las mujeres mayores de 64 o más años que murieron por violencia de género durante 2014 (16 mayores si la edad de corte es de 51 o más años). En lo que va de año, ya han muerto cuatro mujeres de 51 o más años. Y es justo ese el mensaje, así como los factores implicados, el que debe impregnar el debate público, es precisamente esa controversia la que debe estar en la palestra de manera unánime, y sobretodo, la que no se debe olvidar, tan pronto como la historia de la octogenaria deje de ser noticia.

"Las maltratadas silenciosas", como con frecuencia se las denomina, han padecido vejaciones, humillaciones, coacciones, aislamientos y agresiones durante toda la vida, o bien, empiezan a padecerlas o se incrementan en el momento en el que se ven envueltas en situaciones de dependencia, de discapacidad o limitantes. ¿Cómo, entonces, después de tantos años, pueden poner fin ese infierno?, ¿cómo pueden emerger, salir de esos pozos emocionales y de dependencia en los que se encuentran atrapadas? La respuesta nunca fue fácil, ni única. Pero debe empezar a serlo. Remitámonos a favorecer el asesoramiento, a facilitar que puedan acudir a sistemas de atención a la violencia específicos para ellas, pero sobretodo, creemos una sensibilización social tan poderosa como se intenta crear con otros sectores de edad. Y sin olvidar tampoco, que el sistema debe recoger, atender y no discriminar, bajo ningún concepto, también a los hombres, porque igual que se debe acabar con la discriminación etaria, que aunque pasiva, es discriminación, también debe ocurrir lo mismo con el género.

Los medios de comunicación y las redes sociales pueden ayudar, incluso con los titulares de las noticias que publican, para visualizar no sólo el suceso en sí, sino las lamentables situaciones que viven las personas mayores. Sobre todo, que sirvan para crear conciencia social, rechazo colectivo y la promoción de recursos adaptados a las características propias de la edad porque detrás de todo, detrás de la tinta, detrás de la historias personales, existe una realidad, una realidad que se ha cobrado una vida más.

* Càtedra d´atenció a la dependència i promoció de l´autonomia personal. UIB. Anuari de l´Envelliment. Illes Balears.