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En campaña permanente

La sociedad de este país ha hecho notar cumplidamente su madurez a lo largo de los cerca de cuarenta años de proceso democrático: en todas las ocasiones en que ha acudido a las urnas, ha demostrado su solvencia, su capacidad de anticipación, su aplomo ante las circunstancias y su sabia capacidad de autodeterminarse.

Por ello, las campañas electorales tienen en este país una función discreta: ilustran al electorado acerca de los proyectos de las distintas organizaciones, que no son interiorizados acríticamente sino cribados en el harnero del sentido común. Pero no valen para engatusar a los ciudadanos, ni para hacerles comulgar con ruedas de molino, ni para colarles gato por liebre.

De ahí que no tenga sentido que la acción política se reduzca durante largo tiempo a una perpetua y empalagosa campaña electoral como está haciendo Rajoy en esta última parte de la legislatura. La sociedad de este país es perfectamente consciente de cuál ha sido el papel de este gobierno, de en qué medida puede atribuirse la salida de la crisis, y de hasta qué punto han sido acertadas sus terapias, que como siempre han tenido consecuencias ambivalentes: han enderezado la economía a costa de muchos sacrificios de los menos afortunados.

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