Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Carlos Llop

Relato que fue

Hace unos años se habló en España de trazar o crear un relato. Había en esa voluntad y en su expresión, el nuevorriquismo de quien cree que la Historia empieza con él y también el vicio político de crear la realidad de espaldas a la tradición y, si me apuran, al mito. Crear la realidad no "otra" realidad, ojo, sino "la" realidad es una tentación bajo la que caen los más ambiciosos en búsqueda de la satisfacción de sus fines públicos. De la política al periodismo. A ellos no les importa la mentira se la creen desde el momento en que la usan, ni el fingimiento, incluso con sus más íntimos. La realidad sólo interesa en función de su intereses y lo que no cuadre con eso, se silencia, aparta, o falsifica.

El presidente Zapatero, por ejemplo, hablaba mucho de relato sin saber que el relato ya existía. Ahí empezó una relectura de la Transición hecha en su mayor parte por quienes no vivieron la Transición. Ni sus sacrificios y renuncias, ni sus alegrías y logros (aunque de estos últimos hayan disfrutado después sin peaje previo). Hace unos días vi Viva la libertá, una película del italiano Roberto Andó, de quien nada conocía. En ella, uno de sus personajes dice: "La política como invención permanente de la realidad: como impostura" y pensé en esa relectura de la Transición y en el sincopado relato que puso en marcha Zapatero con resultados bastante disparatados (que sufrimos sin habérnoslo buscado).

En esa época ya existía porque había existido un relato y por tanto era innecesaria su invención. El relato era real. Pero la ignorancia es atrevida. Y si existía el relato es porque existían o habían existido escritores. Sánchez-Ferlosio, García-Hortelano y Benet en Madrid. Marsé y Barral me refiero a sus Memorias o Juan y Luis Goytisolo en Barcelona. Hablo de relato y por eso injustamente dejo de lado a los poetas, a quienes Platón no admitió en su República. El panorama ahora es distinto y desbaratado y por eso también puede releerse la Historia de la manera en que se intenta (y con cierto éxito en los medios, además). Es decir, desde la invención y la impostura. Pero si hablamos de relato hemos de hablar de escritores y no hay verdaderos escritores sin una tradición. De aquella España contada por los nombres citados, veo, sobre todo, un heredero. Alguien que no ha caído en el disparate actual, ni se ha sumado con entusiasmo o sin él a la dispersión y el desbarajuste, al relativismo y la cosa nihilista. Me refiero a Javier Marías, a quien se llamó angloescritor y paradójicamente o no, entronca en el tiempo con sus antepasados y no improvisa ni inventa, más allá de lo que la literatura ha de inventar para ser. No olvidemos que es precisamente el tiempo, quien convierte las buenas novelas en documentos históricos.

Marías publicó no hace mucho una novela Los enamoramientos que parecía o me lo pareció a mí una novela escrita para abrir el arco y obtener un mayor número de lectores. En ella, pensé, había una red más o menos visible que se extendía entre alguna idea de Verano de Coetzee la visión del autor desde fuera y la atmósfera de la magistral Crimen perfecto, de Hitchcock. Todos tenemos nuestras deudas, pensé, y esas dos me equivocara o no eran irreprochables. Al cabo de poco el pasado año apareció la estupenda Así empieza lo malo y con ella el regreso del Javier Marías de siempre. Y en ese regreso están los días de la Transición como telar donde se desarrolla el relato y viven sus personajes. Si en alguna época ya perdidos en la desmemoria y la falsedad se ha de buscar la atmósfera de aquellos años, se deberá pasar sin duda por el filtro de las páginas de Así empieza lo malo, antes que por las hemerotecas que han de recoger el análisis frívolo de hoy mismo. Y sin embargo no es una novela política, ni protagonizada por personajes que vivan la política de entonces en primera, o segunda línea. En absoluto. Y tampoco la voluntad narradora es esa. La novela trata de vidas privadas, de pasiones privadas, de amores ocultos, de frustraciones y deseos privados. Pero hay más verdad histórica en la recreación de aquel Madrid que en cualquier artículo o ensayo revisionista de hoy.

Esta verdad depende de dos cosas: la calidad de su autor, cosa obvia, y el carácter más o menos difuminado de Así empieza lo malo como roman-à-clef. Y no porque aparezcan en ella y mucho personajes reales como el realizador cinematográfico Jess Frank Jesús Franco, tío del novelista o el profesor Francisco Rico, que también aparecía en Los enamoramientos, ú otras personas reales como el actor Jack Palance. No. Hay en Así empieza lo malo, la labor del tiempo que también es literaria con algunos de los que El Joven Marías como le llamaba Juan Benet entonces trató. Especialmente el propio Benet su casa y los que la frecuentaban, tan vivo en estas páginas aunque su nombre no esté en ellas y la novela cree otra realidad distinta, que es uno de los destinos de toda novela que lo sea. No "la" realidad, lo repito porque es importante.

Aquel tiempo fue, nos dice Marías, y yo aprendí en él y de él y me hizo, en gran parte, como soy ahora, y por eso ahora, que ha pasado el tiempo, nos viene a decir Marías, lo escribo. Sin intención testimonial alguna. Esto es literatura, una forma de vida que aprendimos entonces porque entonces era una pasión y como toda pasión, ha resultado imborrable y aquí nos mantiene y continúa haciéndonos. Pero ante el peligro de mareo, vértigo o pérdida de los puntos cardinales, la lectura de Así empieza lo malo es un antídoto perfecto en los tiempos que corren. Lo digo por si no la leyeron cuando apareció y porque cada vez son más necesarias novelas como ésta. Al margen incluso o no de lo que enseña y recrea de la naturaleza humana y las cosas no dichas. Ésas que no decimos y nos han de acompañar hasta la muerte. Tan esenciales frente a las que se dicen y repiten sin ton ni son. O con ton y son, muy mentirosos tanto uno como otro.

Compartir el artículo

stats