Actualmente en el estado de California se libra una batalla de ribetes tragicómicos. Según informa la agencia inglesa de noticias BBC la regulación elaborada por la división californiana de la Administración de Salud y Seguridad en el Trabajo estadounidense (OSHA, por sus siglas en inglés) y cuyo borrador se presentó recientemente, tiene como objetivo proteger a los actores y actrices porno del contagio de enfermedades de transmisión sexual (ETS) como el VIH, la gonorrea o la clamidia.

Las recomendaciones sanitarias son racionalmente incuestionables. Dado que las enfermedades de transmisión sexual se contagian principalmente por casi todos los fluidos corporales del portador y del receptor, hasta los ojos constituyen una puerta de entrada para los virus. Por lo tanto, de aprobarse las recomendaciones sanitarias la poderosa industria del cine para adultos, discreto eufemismo para pornografía, los actores deberán incorporar al preservativo, que ya es obligatorio, gafas protectoras. Y la cosa no para ahí. También el fluido seminal deberá reemplazarse por material sintético.

Los empresarios de esta industria que produce millones de dólares (porque tiene millones de consumidores cosa que no debe olvidarse) argumentan que la pérdida de realismo y la asepsia, ya les está derrumbando el mercado. La sola imposición del preservativo produjo una pérdida porcentual considerable. Que duda cabe que el nicho de mercado que pierdan los californianos lo ganarán otros productores menos controlados de países en que la salud pública y la vida humana no importan tanto.

Desde el punto de vista psicológico el problema de fondo es la frontera entre lo racional y la fantasía. La lucha de las autoridades sanitarias choca permanentemente con las tendencias al riesgo e incluso las búsqueda del riesgo o los hábitos autodestructivos. Como prueba el fracaso de imponer el café descafeinado, la cerveza sin alcohol, algún espectáculo de destreza taurina que no suponga poner en juego la vida del torero, además de la muerte sanguinaria del toro, un boxeo con casco protector como el de los entrenadores para evitar las frecuentes lesiones cerebrales. La lista de hábitos de riesgo y malsanos es enorme. Está probada la incidencia de los tatuajes en el cáncer de piel, los piercing en infecciones. Hasta el inocente beso, expresión mínima e inicial de todo acercamiento sexual es el causante de la mononucleosis infecciosa, vulgarmente llamada "enfermedad del beso".

Los tiempos cambian pero la necesidad de transgresión y morbo pareciera haber sido parte de las emociones de todas las épocas. En la ya lejana época franquista, los barceloneses cruzaban la frontera a Francia, preferentemente a Perpignan en busca de la cultura prohibida, el atrevido cine francés, libros ideológicamente prohibidos y alguna revistas pornográficas. Un acto de excitación y peligro. Actualmente internet ofrece vídeos porno en HD a los que no les queda nada sin mostrar, esas viejas películas y revistas con imágenes en blanco y negro hoy parecen cuentos de hadas. Sin embargo puede que el sentir del consumidor sea el mismo. Los psicólogos somos testigos de la misteriosa necesidad de los seres humanos de abandonar las zonas de confort y el deber ser para incursionar en la transgresión y el riesgo.

Los estudios sobre infidelidad en la pareja, un fenómeno que además de haber aumentado, se ha extendido a las mujeres como protagonistas, demuestran que las más de las veces se debe a la imposibilidad de una pareja de recrear un sentimiento novedoso y transgresivo. El tedio y el aburrimiento son los virus más letales para la sostenibilidad del amor. La lucha de los epidemiólogos y sanitaristas es legítima, pero la necesidad humana de coquetear con alguna dosis de riesgo transgresión y morbo hace que sea un intento de poner puertas al campo.

(*) Psicólogo clínico