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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Prédicas

Predicaba Iñaki Gabilondo la pasada semana desde su púlpito del El País contra la desvergüenza de los poderes económicos y financieros que se rasgan las vestiduras ante la asunción del poder autonómico y municipal por parte del populismo radical. Les reprochaba "¿dónde estaban ustedes?" su silencio ante la creación de la burbuja inmobiliaria, los escándalos continuados de corrupción protagonizados por la merienda de negros del PP y la falta de musculatura del PSOE, el crecimiento desaforado de la desigualdad, la condena de amplias capas de la población al paro, a la miseria y a la exclusión social, la ausencia de futuro para la juventud. Les acusaba de mantenerse al pairo y les reprochaba las lágrimas de cocodrilo que ahora, viendo en peligro sus intereses, se atrevían sin rubor alguno a verter anunciando los peligros de lo nuevo, cuando el dinero internacional entraba en el país. Lo nuevo tenía una gran responsabilidad. Pero la asunción de la misma, que supondrá el buen juicio, la capacidad de pedagogía, el decidir sin prisas, de los nuevos líderes, se podrá hacer compatible con sus sueños y esperanzas.

Nada que objetar a este sermón moral que, curiosamente, procede de una empresa periodística que, como se sabe, pertenece, entre otros, al Santander, Caixabank, HSBC, Nicolás Berggruen, Liberty (fondo de inversión de EE UU) y a Telefónica. Es decir, precisamente a la cúpula de los poderes económicos y financieros. No puedo dudar del acrisolado prestigio social de Gabilondo. Pero al mismo tiempo no puedo sino albergar la sospecha de que ésta es otra finta más de unos poderes económicos que buscan estar siempre a bien con el poder, cualquiera que sea la fuerza política que lo usufructúe. Algunos todavía recordamos la portada dedicada a Rajoy con motivo de su último discurso en el debate del estado de la nación. Ahora bien, nos sorprende que tan reconocidos maestros del periodismo se extrañen del comportamiento de los poderes económicos en España. Siempre han actuado igual, atentos exclusivamente a la defensa de sus intereses y, un buen número de ellos, interviniendo como corruptores (como atestiguan los papeles de Bárcenas) en la degeneración del sistema político. Va de suyo que el poder económico en España carece de musculatura moral (también en otras latitudes). Todo lo cual no empece para que también nos sorprenda la profecía buenista de que, en el fondo, no va pasar nada (que unos sean miserables no garantiza que otros sean convenientes). Nada trascendente quiero decir. Y sin embargo es necesario que pasen unas cosas y que no pasen otras. Es, por ejemplo, estrictamente necesario solucionar la crisis de representación del sistema. Sólo con gobiernos verdaderamente representativos se puede afrontar el reto de regenerar la democracia y construir un proyecto de futuro para España. No debería pasar, en cambio, que se hicieran realidad las palabras de Ada Colau: "Desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas". Huelga explicar el porqué. Algunos pueden creer que están haciendo historia, cuando en realidad es la historia la que termina por imponerse a sus sueños. Basta repasar la del siglo XX.

En Balears nos anuncian los conjurados para pactar un nuevo gobierno que no piensan en absoluto reeditar un tercer govern de progrés. Se podría bromear con la imposibilidad de alterar la serie lógica de los números naturales. Después del segundo siempre viene el tercero. O sobre la constitución del primer govern moral, basado en la inmoralidad de contravenir la trascendental promesa electoral de no pactar con el populismo o con la casta. Ya sé que se refieren los adanistas al juego del poder: el gobierno de taifas, el clientelismo, la parálisis, la ingobernabilidad, que caracterizaron los dos primeros gobiernos de progrés. Ya me explicarán los protagonistas cómo se van a compaginar definiciones políticas tan diferenciadas como las del PSOE, un partido estatal, calificado como "casta de privilegiados" y Podemos, que afirma que la lucha no está entre la izquierda y la derecha sino entre la democracia y la oligarquía. Las promesas electorales de ambos eran negar absolutamente la posibilidad de pactar el uno con el otro. Lo nuevo en la otra orilla de lo viejo. Es ontológicamente imposible que cooperen en la gestión de un programa y/o de un gobierno quienes están incursos en una batalla sin cuartel para ocupar el mismo espacio. Los pactos entre el PSOE y el PCE que se establecieron en 1979 pudieron tener viabilidad porque, aunque el PCE aspirara sustituir al PSOE en la izquierda, ambos se reclamaban de tradiciones ideológicas y espacios políticos diferentes: socialdemocracia y comunismo; pero anclados ambos en la misma orilla: la izquierda. Al hundirse el comunismo, se hundió el PCE. IU es el pecio que quedó de otra época.

El propio escenario de las negociaciones para el pacto suponen un trágala inmenso para un partido soberanista como Més. Que su aspiración confesada de poder presidir el futuro govern dependa de un partido como Podemos, dirigido férreamente desde Madrid, es una contradicción insalvable. Ha llegado para supervisar las negociaciones desde el Podemos central Gemma Ubasart, secretaria de plurinacionalidad, cual Ninotchka de La bella de Moscú, de Rouben Mamoulian, para vigilar de cerca lo que hacen Armengol, Barceló y Jarabo, es decir, Brancov, Ivanov y Bibinski. Jarabo es el más malparado. No se fían en "Madrit". Por el mismo precio, en lugar de teledirigirnos desde la capital del Estado, podría quedarse a presidir el gobierno (todo lo demás son fruslerías) la Ubasart. No es necesario que sea parlamentaria y podríamos remedar la escena en que Cyd Charisse se calza al son de la música de Cole Porter las medias de seda y viste el resto de lencería fina, silk stocking.

El papel lo resiste todo. Todo lo que sobre él se inscriba. Y tampoco hay porqué dudar de las buenas intenciones de Brancov, Ivanov y Bibinski. Pero por encima de ellas está la lógica del juego del poder implícito en todo grupo social formado por mamíferos superiores. A diferencia del resto, por eso somos humanos, en cada momento creemos que podemos inventar el mundo, ignoramos la experiencia, descreemos de nuestra propia naturaleza, tan exquisita y tan miserable. Por eso nunca aprendemos y oscilamos entre el entusiasmo y la depresión, entre la ilusión y el fatalismo, entre el sueño y la vigilia. Por eso somos el animal que tropieza siempre en la misma piedra. Porque no nos resignamos a ser el animal que somos. Porque al poco de tratar con el mundo soñamos cambiarlo.

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