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JOrge Dezcallar

Persecución religiosa en Oriente Medio

Nuestro Mediterráneo es triste noticia estas semanas por las tragedias que ocasiona el drama de la emigración, con 25.000 rescatados en lo que va de año y 1.800 ahogados, veinte veces más que el año pasado por estas fechas y confieso que he quedado particularmente horrorizado cuando doce emigrantes cristianos que huían de los horrores de la guerra en Libia o Siria fueron arrojados al mar por una quincena de musulmanes que compartían patera con ellos. Ignoro los detalles aunque supongo que debió de haber una pelea motivada por motivos tan diversos como el miedo, el hambre, la mirada de o a una mujer o una fuerte discusión, pero estremece pensar que unos muertos de hambre que lo han padecido todo antes de pagar una fortuna para embarcar en una chalupa de incierta suerte puedan tener espacio para tanto odio contra quienes en definitiva solo son desdichados compañeros de infortunio. Y si se confirma que el hecho ha tenido motivos religiosos, como parece, todavía es peor. Uno pensaba que Nerón y Diocleciano eran cosas del pasado.

Y sin embargo son frecuentes las noticias sobre persecuciones y asesinatos por motivos religiosos. Se estima que 200 millones de cristianos sufren persecución en el mundo y 2,5 millones han tenido que abandonar sus hogares. Se acaba de estrenar un documental sobre Asia Bibi, una madre católica condenada a muerte en Pakistán tras ser acusada de blasfemia y pasar por ello cinco años en la cárcel, y hace solo unas semanas que un adolescente ha sido quemado vivo en Lahore por decir que era cristiano. Son frecuentes los atentados contra iglesias en muchos lugares desde Pakistán hasta Sudán, donde una guerra civil con dos millones de víctimas ha acabado partiendo el país entre el norte musulmán y el sur cristiano, pasando por Nigeria, donde Boko Haram ha declarado lealtad al Estado Islámico y persigue con saña a los cristianos. Las niñas secuestradas hace un año en Chibok eran alumnas de una escuela cristiana. En el ataque a la universidad de Larissa, en Kenia, los terroristas de Al-Shabab preguntaban antes de disparar y mataban solo a los que se confesaban cristianos. Hubo 147 muertos. Por eso no es de extrañar que frente al fanatismo de los yijadistas musulmanes, los cristianos apoyen a Bachar el Assad en Siria o los coptos hayan respirado aliviados con el golpe de estado del general Al Sissi, que echó del poder a los Hermanos Musulmanes en Egipto. Y que en Irak los cristianos se unan a chiítas y kurdos para combatir contra el Estado Islámico. Es su pellejo el que está en juego.

No es una situación nueva, como muestra que el papa Francisco haya recordado hace poco al millón y medio de cristianos armenios muertos en el genocidio de 1915, pero la situación está empeorando hoy en Oriente Medio, cuna de las primeras comunidades cristianas que nacieron allí 600 años antes de que llegaran los primeros musulmanes. Fue en Antioquía cuando los discípulos de Jesús de Nazaret comenzaron a llamarse cristianos y en cierta ocasión visité la aldea cristiana de Maaloula, en Siria, donde todavía se habla arameo, la lengua que utilizaba Cristo. En muchos de estos países el odio religioso está alcanzando una temperatura que no se veía desde el tiempo de las Cruzadas. No hace mucho que treinta emigrantes egipcios fueron degollados en una playa libia por ser cristianos y el horror se ha repetido luego con otros 28 coptos, esta vez etíopes. Para no ser asesinados, miles de cristianos han tenido que escapar de sus viviendas ante el avance del Estado Islámico en Siria y la televisión mostraba hileras de pobres gentes serpenteando por montañas peladas sin más equipaje que lo puesto y arrastrando tras de sí a niños desnutridos. En Irán cristianos y judíos gozan de cierta libertad como ciudadanos de segunda categoría (solo son el 0,4% de la población) y en Arabia Saudí no se les permite construir iglesias, celebrar misas o exteriorizar su fe de ninguna manera. En muchos lugares las iglesias tienen prohibido tañer sus campanas y en muchos más el misionero arriesga la vida si trata de convertir a un musulmán a la fe cristiana (suerte que también corre el converso por apóstata).

Por eso, porque les hacen la vida imposible y se la juegan a diario, los cristianos están huyendo en masa del Medio Oriente donde eran el 20% de la población hace un siglo para verse hoy reducidos a un 4%, menos de 15 millones de personas. Como ejemplo, en Siria han bajado de nueve millones a tan solo uno; en Israel de 4,2 millones a 330.000; en Líbano, creado por los franceses tras el desmembramiento del imperio Otomano como patria para los cristianos maronitas, estos eran el 90% de la población y son hoy el 34% y está vacante desde hace más de un año la presidencia de la República que les reserva la Constitución... En Irak había 1,3 millones cuando comenzó la invasión norteamericana y apenas quedan 250.000.

Esta expulsión en masa afecta a derechos humanos tan elementales como la libertad de pensamiento y de expresión, la libertad de conciencia y la libertad religiosa. Y, por supuesto, el derecho a la vida. Puede que estemos ante un auténtico genocidio religioso ante el que no debemos callar. Por eso es positiva la propuesta española para que la ONU cree un tribunal internacional que juzgue estos crímenes.

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