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Joaquín Rábago

Obsesión constructora y corrupción

No entiendo o, mejor dicho, entiendo demasiado bien, la un tanto megalómana obsesión constructora que han demostrado los políticos gobernantes de ayuntamientos de este país en todos estos años. Han proyectado puentes espectaculares que tal vez no hacían falta porque habría bastado con ampliar o mejorar el existente, han levantado museos sin pensar antes en si había algo que exhibir en ellos y han sembrado el país de costosas rotondas.

Han preferido además colocar esculturas, muchas de ellas de más que dudoso gusto, en glorietas o en plazas oportunamente remodeladas con gran dispendio de dinero público y ahora expuestas en muchos casos a un sol implacable cuando habría sido más sencillo y conveniente plantar allí unos cuantos árboles. Y lo han hecho aprovechando en muchos casos los fondos que Bruselas puso a nuestra disposición y que se utilizaron en más de una ocasión de modo irresponsable y sin el control que ahora se exige para los cada vez más necesarios gastos sociales.

Mas, por desgracia, no hablamos sólo del pasado sino que todavía hoy leemos en la prensa de proyectos de nuevos museos o edificios públicos cuando tantos inmuebles vacíos de propiedad municipal en este país esperan mejor suerte. Hemos visto en nuestros viajes por tierras del interior o de la costa cómo se dejaba que se arruinaran por la acción combinada del tiempo y la desidia humana viejos edificios mientras los Ayuntamientos acometían nuestras construcciones para albergar asesores y nuevos servicios.

Nada parece que guste más a algunos alcaldes que ver su nombre inmortalizado en una placa inaugural de una construcción realizada bajo su mandato, y hoy nos preguntamos cuántas de esas placas habrá que retirar porque el político en ella mencionado está en la cárcel por corrupción. En la Edad Media había en muchas ciudades el llamado rollo o picota, donde se exponía a los reos a la vergüenza, y muchos gobernantes corruptos y sin vergüenza merecerían ese tratamiento, aunque sólo fuera simbólico, en lugar de la placa que tanto ansiaban.

Anuncia eufórico el Gobierno de la nación que la economía se recupera sin mencionar a qué coste para quienes encuentran trabajo, por no hablar ya de los millones de desempleados y se habla otra vez del tirón del turismo y de la construcción. Con una universidad como la nuestra, convertida en costosa fábrica de parados y de nómadas, en la que cada vez se invierte menos en investigación y desarrollo, ¿cómo vamos a cambiar alguna vez de modelo?

Seguiremos exportando a nuestros jóvenes para que los alemanes, los holandeses o los británicos tengan más donde escoger a los profesionales cualificados que necesitan y a quienes pagarán, por descontado, cada vez menos. Y mientras tanto ¿seguiremos aquí construyendo sin parar en lugar de esforzarnos en derruir todo lo que se levantó ilegalmente y restaurar lo que es aún posible salvar de la ruina?

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