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Luis Sánchez Merlo

El 'caballito' digital

En el principio fue la palangana. Nacida en la era industrial, su empleo para el aseo personal cotidiano fue sustituido en los años 50 por el lavabo, con la incorporación del agua corriente en la fontanería doméstica. Este objeto entrañable usado para lavar las manos, la cara y lo que fuera menester solía instalarse sobre un mueble emplazado en el dormitorio. Y siempre a su lado, el papel.

Pero el papel está a punto de sucumbir en la supremacía del cuarto de baño, porque los argumentos ambientales parecen contundentes y admiten poca réplica frente al bidé, este invento francés que empezó en los burdeles y que se ha convertido en artículo de lujo, imprescindible en la higiene moderna. Quién no recuerda la famosa escena de Cocodrilo Dundee, en la que el cazador australiano se peleaba con un bidé en un baño del hotel Plaza en Nueva York tratando de desentrañar las claves de su funcionamiento.

Y a pesar de que para la mayoría sigue siendo un tabú y muy pocos se aventuran a departir sobre sus hábitos higiénicos en el sancta santorum, la batalla entre el bidé y el papel ya ha llegado al New York Times que, al pasar revista a los avances tecnológicos en Estados Unidos, ha puesto el foco en el despegue de este ingenio caballito, en alusión a la postura que se emplea durante su uso en su pugna con el papel higiénico, cada vez más cuestionado por sus graves efectos medio ambientales.

Fueron los franceses los que idearon este adminículo en el siglo XVIII. Aunque inicialmente lo usaban en el dormitorio como la difunta palangana en algún momento de la historia, el invento pasó de la alcoba al baño, haciendo pareja con el inodoro. Concebido para asear los órganos genitales, su versatilidad ha llevado a que en algunos países los utilicen para el lavado de pies, resultando aptos también para baños de asiento en personas que padecen hemorroides. Ya en los años 80, el doctor Mallagray toda una autoridad en la tarea de aliviar los sufrimientos de esta congoja prescribía el uso diario de la técnica manual y el caballito.

Con todo, este invento no lo ha tenido fácil para abrirse camino en el mundo anglosajón pues los ingleses que siempre desdeñaron a la aristocracia gala Madame Pompadour, la favorita de Luis XV lo colocó en su gabinete, decorado con motivos chinescos, y lo llamaba "silla de asuntos" llevaron el prejuicio a América en boca de los primeros colonos. No obstante, la concepción varía en otros países como Argentina donde es objeto sagrado y símbolo de la identidad nacional o Japón. En este último los bidés son tan apreciados incluso están presentes en los lavabos públicos que el Gobierno considera la proliferación de modelos electrónicos como uno de los indicadores básicos de la prosperidad nacional.

Una vez más sería el cine el encargado de abrir la puerta a la extensión de este artilugio. Pero no fue hasta 1960 cuando los americanos pudieron contemplarlo en Psicosis, la película de Alfred Hitchcock, lo que venía a derrotar la idea conservadora del horror de limpiar los genitales y posaderas directamente con las manos, en detrimento del papel higiénico. Aunque la mayoría de los americanos aún no disponen del bidé en sus casas, las reticencias culturales comenzaban a saltar por los aires cuando los fabricantes se dedicaron a enaltecer las ventajas del caballito para el tratamiento de la artritis o la prevención de infecciones urinarias, equiparando el bidé con lujos asiáticos nunca mejor dicho propios de spas y balnearios, como controles digitales de temperatura, secadores de aire caliente o tapas que se activan de modo electrónico.

Quedaban así rotos los prejuicios de los soldados americanos que, durante la Segunda Guerra Mundial, descubrieron el bidé en los burdeles franceses y extendieron la idea de que se trataba de algo "sucio" e "inmoral". Y es que los anglosajones siempre han tenido prevención ante los usos amatorios de los franceses, a los que han considerado al margen de las buenas costumbres victorianas, es decir, unos libertinos e indecentes. Sin embargo surge ahora el caballito electrónico como la perfecta combinación de tecnología, cultura, higiene personal y hábitos de baño. Porque al beneficio sanitario del agua se añade el ahorro de papel higiénico, lo cual es un argumento de peso dado el volumen de árboles que son necesarios para su fabricación. Es decir que los caballitos aportan beneficios ecológicos nada desdeñables.

Según cálculos solventes, cada americano usa de media al día unas 57 hojas de papel higiénico, lo cual supone la cifra anual de tres millones de toneladas y conlleva la tala de cincuenta y cuatro millones de árboles, la mitad de ellos procedentes de selvas vírgenes.

Y eso por no hablar de las grandes cantidades de agua requeridas en su proceso de fabricación: unos quince litros solo para el volumen de papel que gasta a diario un americano de a pie. A esto hay que añadir los efectos secundarios derivados de algunos productos blanqueadores como la dioxina, una substancia que causa cáncer en humanos y animales que, aunque ya empiezan a prohibirse, dejan toxinas en el papel higiénico y producen daños medioambientales.

Por eso usted, amable lector, si se anima a introducir de una vez por todas la tecnología en su vida, vaya preparando los mil euros que cuesta instalar en su baño un bidé gracias al que con solo apretar un botón eliminará olores, desterrará gérmenes, hongos y bacterias, evitará esas desagradables irritaciones en la piel y podrá reducir sustancialmente las facturas del fontanero.

A algunos escritores latinoamericanos establecidos en nuestro país como es el caso del argentino Hernan Casciari les sorprende que en España haya tan poca cultura del bidé, un lujo que no está al alcance de todos los hogares. También es posible que nuestra escasez de agua haga más económica la utilización tradicional del papel. Pero es que aquí el paso de la palangana de latón esmaltado al caballito también se tomó su tiempo y aunque no parecen existir muchas dudas acerca de la irrupción del bidé digital en las casas como un electrodoméstico más, parece que aún habrá que esperar a que afloje la crisis para que se vaya generalizando su uso.

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