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Antonio Papell

El ascenso de Pedro Sánchez

El Partido Socialista estaba bajo mínimos cuando Alfredo Pérez Rubalcaba, exhausto, obtuvo un decepcionante resultado en las elecciones europeas de mayo de 2014. Rubalcaba, que recibió de Zapatero la candidatura a la presidencia del Gobierno en las elecciones de 2011 que el PP ganó con mayoría absoluta y que, en reñida pugna con Chacón, obtuvo la secretaría general del PSOE en el congreso de Sevilla del 2012, asumió con dignidad la larga travesía del desierto pero no consiguió recuperar la clientela perdida. En las europeas consiguió un exiguo 23% (el PP tampoco pasó del 26%) y decidió marcharse, en medio de una grave sensación de decadencia y fin de ciclo. La etapa de Rodríguez Zapatero terminaba así abruptamente, una vez que se hizo evidente que la opinión pública, incluido el electorado tradicional del PSOE, había querido desconectarse de aquel pasado agraz. De ahí que las primarias convocadas para resolver el vacío creado por la marcha de Rubalcaba se dirimieran entre dos jóvenes aspirantes y un veterano heterodoxo. Finalmente, la militancia puso la secretaría general del PSOE en manos de Pedro Sánchez, un joven profesor universitario de Economía que había conseguido el escaño de diputado a Cortes por Madrid gracias al abandono de Pilar Narbona. Sánchez es un buen dialéctico „se había rodado en tertulias de televisión„, sabía inglés y resultaba un perfecto desconocido para la mayoría de los ciudadanos.

Rodeado de un joven equipo, Sánchez ha hecho un gran esfuerzo por afianzarse. Las ambiciones de la también joven presidenta de Andalucía, llegada al cargo por la dimisión de Griñán, han torpedeado buena parte del camino del nuevo líder, hasta que Susana Díaz ha optado por embarcarse en el cometido que le es propio, la ratificación electoral de su ascendiente andaluz, que la descarta de momento para cualquier otro quehacer. Los movimientos de Díaz, junto a otros escarceos internos en la familia socialista, han amenazado el liderazgo vacilante de Sánchez€ hasta que, ante la inminencia del intenso proceso electoral que nos aguarda, el secretario general ha optado por dar un puñetazo sobre la mesa.

En efecto, el pasado día 11, Sánchez imponía sin contemplaciones el cambio en Madrid, con la defenestración a las bravas „después de intentarlo amistosamente„ del equipo de gobierno del PSM encabezado por el ineficaz Tomáz Gómez y con la propuesta, aceptada con abrumadora adhesión por las bases, de Ángel Gabilondo, cuya impronta marca la nueva etapa con perfiles esperanzadores. Además, el líder socialista ha aprovechado con brillantez la ocasión que le brindaba el debate sobre el estado de la nación para plantar su pabellón en la escena política, mostrarse como un político curtido, hacer perder los papeles al presidente del Gobierno y asumir la representación de los sectores del centro-izquierda que tradicionalmente han sido la cantera del PSOE, y que, por incomparecencia, habían virado en los últimos tiempos hacia opciones exóticas.

Así, la familia socialista se ha encontrado con una posibilidad de reconstrucción de su clásica opción política, a contracorriente del pesimismo que suscitó el hecho de que Zapatero tuviese que llevar a cabo aquel gran recorte en mayo de 2010 que desarboló su ejecutoria, sacó a la luz el gran crash de nuestra economía, y abrió un agujero a la credibilidad del PSOE. Por descontado, las posiciones del electorado son, siguen siendo, muy volátiles, y nada está escrito de cuanto haya de suceder en las cinco elecciones consecutivas que se avecinan. Sin embargo, el PSOE está recomponiendo su silueta con perfiles nuevos y es posible que este nuevo equipo, con Sánchez a la cabeza, sea finalmente capaz de recoger a una parte significativa de los sectores que habían experimentado aquella gran desafección hacia el viejo bipartidismo.

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