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Jose Jaume

Dentro y fuera

Sin novedad. Nada que reportar en el Congreso de los Diputados. ¿Nada? No; nada exactamente, no, dado que había expectación por conocer qué sucedía en el exterior. Extramuros de la Cámara estaban y están Iglesias y Rivera. Contra ambos se martillea sin cesar con el entero arsenal disponible. Corre gravísimo riesgo la continuidad del bipartidismo y con él la pervivencia del régimen constitucional de 1978. Si se disgrega el mapa político, si otras fuerzas, Podemos y Ciudadanos, disponen de la suficiente capacidad para confrontarse con PP y PSOE los cambios serán inevitables. Todavía más dramático para las esencias bipartidistas: populares y socialistas no tendrán la fuerza imprescindible para imponer sus tesis: se finiquitará el sistema de facto. Lo que venga después está por dilucidarse. Eso, no otra cosa, es lo que esta semana ha planeado sobre el Congreso de los Diputados. Mariano Rajoy y Pedro Sánchez han sido los actores de una representación que está en un tris de despedirse. Uno y otro lo saben. Conocen perfectamente que los tiempos en los que sus partidos han intercambiado los papeles están concluyendo. Están al tanto, pero se niegan a asumirlo: buscan el antídoto que les dé la posibilidad de seguir con la escenificación bipartidista, la que parece evidente que ha agotado sobradamente su capacidad de mantener más o menos en condiciones el tinglado institucional.

Rajoy, tan previsible e impostado como siempre, nos ha ofrecido una representación en la que, además de archivar a beneficio de inventario lo ocurrido en esos tres años, ha pretendido que nos adentremos en una época en la que manará la leche y la miel de la bíblica Tierra Prometida. Los padecimientos de ayer han servido para que crucemos la frontera que separa el mundo de la crisis del de la prosperidad. Rajoy ha arrumbado los viejos malos tiempos, en los que tuvo que emplearse a fondo para acabar con la maldita herencia que le dejó Zapatero, dibujándonos con fino trazo un escenario en el que nadie se quedará en la cuneta. Tanto sacrificio ha valido la pena. Ese es el mensaje del presidente del Gobierno, al que se solapa el de que de ninguna manera se ha de permitir que se malogre lo obtenido. Malograrlo es cualquier alternativa al PP. Incluida la decolorada del PSOE. Los populismos directamente echados a las tinieblas exteriores, en las que todo es llanto y crujir de dientes.

Previsible Rajoy y sin novedad Pedro Sánchez: qué podía ofrecer el secretario general del PSOE mínimamente diferente a lo de siempre. Nada. Y nada fue lo nos empaquetó. Sánchez no es un líder político. Tampoco Rajoy. Este ha llegado a ser presidente del Gobierno. De ahí que no quepa ninguna duda de que el sistema está quebrado. Se dice que en cualquier país europeo no bañado por el Mediterráneo los mensajes cruzados entre el presidente y Bárcenas son material más que suficiente para una fulminante dimisión. También se afirma que un secretario general del PSOE incapaz de forzar las dimisiones de Griñán y Chávez y sí de liquidar a quien no ha sido imputado, aunque sea una calamidad pública, caso de Tomás Gómez, está condenado al despeñadero. Veremos lo que sucede. Rajoy y Sánchez pelearán para sobrevivir. A sus partidos les va la vida en el intento. Sucede que los ciudadanos parece que han entendido que en 2015 su voto tiene una trascendencia que en las décadas precedentes no le han otorgado. Antes o gobernaba el PSOE o le correspondía hacerlo al PP. Uno y otro se han desmerecido hasta donde se lo ha permitido la salvaguarda del sistema. Los votantes obraban en consecuencia fluctuando lo necesario para conceder mayorías alternativas. Esa vez la cosa pinta diferente: la alternancia quedará hecha añicos, aunque Rajoy confía en que su relato de la recuperación económica y las mejoras sociales que ha anunciado servirán cuando menos de amortiguador en la caída que se le pronostica al PP. El PSOE no sabe muy bien a qué santo encomendarse. Cavila cómo hacer para recuperar posiciones. Su sino tal vez sea el de hacedor de reyes. Tristísimo y no menos peliagudo papel para quien siempre ha aspirado a ser coronado.

Y es que los ausentes en el Congreso de los Diputados presionan con fuerza: se están encaramando a posiciones de las que será difícil desalojarlos en el futuro. Es verdad que contra Podemos se han desatado las siete furias y que algunos errores de bulto en los que han incurrido (Monedero atruena a diario) lo han dejado tocado, pero con porcentajes que no bajan del 20% en la intención de voto, cuando el PP en ningún caso se acerca al 30% y el PSOE ni al 25%, está en la pelea y buscando ganarla. Ciudadanos ha irrumpido con estrépito para desesperación del PP. Rivera ofrece mucho menos flanco para ser vapuleado que el que exhibe Iglesias. Contra éste vale todo. A fe que se está comprobando, y así y todo no hay forma de hacerle un boquete de consideración. Con Rivera los populares van a tener que hilar muy fino.

Lo que de momento han hecho es propalar que está en el centro izquierda. No son muchos los que apostarán a favor de que se les compre la ocurrencia. Ciudadanos está firmemente asentado en el centro y de ahí no lo van a mover. A Rivera se le percibe como a un decidido defensor de la unidad de España y mucho más creíble que a Rajoy. Ese es el peligro detectado. Primer problema: el PP no sabe cómo contrarrestarlo.

Esta semana ha sido la del postrer debate del dominado estado de la nación de la legislatura; formateado desde los años ochenta para darle todas las ventajas al presidente del Gobierno y dejarle un cierto margen de maniobra al líder de la oposición. Bipartidismo puro. Con ese andamiaje Rajoy y Sánchez estaban dentro. Iglesias y Rivera fuera. Dentro y fuera. Eso es lo que se ha dilucidado en el Congreso de los Diputados. Eso y nada más. En 2016 es muy posible que el debate que se sustancie sea diametralmente diferente a los vividos. No sabemos si habrá una gran coalición PP-PSOE y quién estará al frente de la oposición. Por no saber no conocemos si el esquema se modificará tan radicalmente que del actual restará solo un recuerdo.

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