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Norberto Alcover

De mi propia vida

Es sábado tarde, hacia las seis. Palma aparece nublada y un tono grisáceo domina el ambiente. Así, Palma no parece Palma. Sin sol. Y sin belleza aparente. Te invade el malestar de la monotonía. Me levanto y subo a la sala para tomar un cortado apetitoso. Me siento y tomo la prensa. Repaso páginas porque las leí por la mañana, cuando el primer cortado. Y de pronto, caigo en la cuenta del primer artículo de opinión en el ejemplar de El País: "De mi propia vida", y la fotografía de un individuo que anoche mismo visioné en televisión mientras comentaban un texto enviado al New York Times. Miro al final del texto su nombre y se trata de un tal Oliver Sacks, Catedrático de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, y autor de una serie de libros. Vuelvo a contemplar su rostro, donde amanece un gesto de asombro y de interrogación, casi una mueca, bajo sus menudos lentes amarillentos, pienso. Y leo a la vez que sorbo el cortado. Y Palma sigue en gris, ahí, sobre el mar. Tristona.

Al acabar de leer el texto, casi lloro de la emoción y de la envidia. Este hombre sabe que va a morir en meses porque le han diagnosticado una metástasis múltiple de hígado, y escribe una especie de "carta a la humanidad", pero con una sencillez y una determinación sin dramaticidad alguna. Puede que desde la solidez científica, parecida a la solidez de la fe: científico y creyente se entregan a lo inevitable con idéntica seguridad, sin lugar a dudas, porque si dudaran su edificio se vendría abajo y el futuro se convertiría en enigma. Otra cosa es ese rincón donde colocan la dimensión de misteridad inevitable. Pero no dudan y se entregan con esperanza, sea en la definitiva disolución silenciosa, sea en la infinita eternidad feliz. Por esta razón, el rostro de Oliver Sacks me resulta familiar. Y su texto me emociona y me lleva hasta las lágrimas. Qué maravilla prepararse a la muerte con tantísima serenidad y gozo de lo vivido. Buen tipo.

Se remite a una brevísima autobiografía de Hume, quien al conocer su inmediata muerte, en 1776, escribió una letras tituladas De mi propia vida. Y reproduce estas líneas excelentes: "A pesar de mi empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de los otros". Pero es que el mismo Sacks cierra su texto con estas otras líneas: "Y sobre todo, he sido un ser sensible, una animal presente en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una gran aventura". Algo parecido al enorme Confieso que he vivido, de Neruda. Unas palabras que tienen un parecido paradójicamente semejante a aquellas conclusivas de Jesucristo en la cruz: "En tus manos encomiendo mi espíritu". Se acabó. Se cierra el círculo. El resto ya no depende de uno mismo. Sea el que sea. Y lo vivido, vivido está. La emoción sigue en pie mientras acabo este párrafo. Porque es un don vivir así cuando el final acecha. No desdecirse: afianzarse definitivamente en la propia vida, en la propia libertad. Aplaudirse desde la insuperable realidad.

Pero es que Sacks dice que dedicará los últimos meses a prescindir de lo superfluo para entregarse a lo propiamente suyo: amigos, trabajo, contemplación del mundo, más allá de todo lo que ya dependerá de los demás, incluso por edad. El supera los 80. Y pienso que esta decisión haría bien en tomarla yo mismo que me aproximo a los 75, he dejado atrás mi vida profesional propiamente tal, he volado hasta este trozo de tierra mareada, y las ambiciones lógicamente sirven para nada. Todos tenemos algún cáncer que nos roe en el interior y lentamente acaba con nosotros. Se llama tiempo. Tiempo de caducidad. Y llegado un momento, se ejecuta sin posibilidad de rescate. Hay que irse preparando para el viajecillo final y pedirle a Dios, en mi caso, que me conceda el don de morir en paz y sin gran dolor. En paz conmigo mismo y en paz con los demás. Verme morir con tiempo para agradecer y para pedir perdón, consciente de que me espera lo mejor. Cuando le veré cara a cara. Eso de lo que no escribe Sacks. Gozoso de poder confesar que he vivido, y vivido en plenitud. Aquí y allí. En el fragor y en la quietud.

Está claro que algo de vida seguramente me queda. Pero guardaré el texto de Oliver Sacks como oro en paño al comienzo de mi texto evangélico. De vez en cuando, lo releeré. Y con frecuencia me examinaré "de mi propia vida". Lo único que tengo acumulado. Nada más.

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