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Camilo José Cela Conde

Comisión parlamentaria

Las sucesivas comparecencias (van dos, que yo recuerde) del exhonorable Jordi Pujol ante los diputados del Parlament de Catalunya apenas habrán servido para esclarecer gran cosa acerca del misterioso origen de la fortuna que, en palabras del propio ex, él no puede demostrar de dónde viene pero los diputados tampoco. De lo único que habrán servido semejantes ceremonias de la confusión es de prueba sobre el sentido de tales comisiones. No sirven para nada. La única declaración que cuenta es la que se haga ante los tribunales; todo lo demás se queda en rabieta, intento patético de lucimiento y engaño inútil. Dejando aparte la crueldad que implica que quien lo fue todo en el Principado se haya convertido en un pelele que refuerza día a día ante la opinión pública su condición, aun presunta, de delincuente, se diría que las comisiones parlamentarias sobran. Salvo por algún que otro detalle curioso, desde las explicaciones de la matriarca acerca de sus excursiones de esquí a Andorra y del Ferrari de su hijo a la teoría de Pujol Jr. sobre los paraísos fiscales.

En lugar de limitarse a reñir a los diputados y asegurarles que no se enterarán de nada, el hijo mayor de los Pujol construyó todo un modelo de los depósitos bancarios digno de ser elevado a la categoría de tesis doctoral. Así, aseguró que no sabe si tuvo alguna vez fondos colocados en los paraísos fiscales. A bote pronto, semejante hipótesis suena a duda socrática. Todo el mundo sabe dónde están sus fondos, pocos casi siempre o muchos como sucede con la afortunada e intrigante fortuna de los Pujol; es más, todos recordamos el país, ciudad e incluso sucursal bancaria donde están las cuentas. La duda la explicó Pujol hijo diciendo que él le deja el dinero al banco pero luego éste, el BBVA en concreto, va e invierte los dineros del Pujolito vaya usted a saber dónde, incluyendo glorias del esquí como Andorra, Suiza o las Islas Caimán.

Vaya dilema moral nos ha echado encima el caballero. Porque bien mirado el dinero que, dada mi condición de funcionario docente, la universidad me ingresa todos los meses en un establecimiento bancario puede terminar qué sé yo, nutriendo fondos huidizos o, ya que estamos, dedicado a fines aún más tremendos. Igual sirve para financiar la compraventa de órganos, la trata de blancas, el tráfico de armas, la expansión de sectas vampíricas o incluso la gloria del Estado Islámico. Podría estar yo, sin saberlo, nutriendo las fuentes más profundas del mal, casi como en una secuela de la Guerra de las Galaxias.

Por suerte para quienes no pertenecemos al gremio de los ultramillonarios sin explicación alguna hay un detalle que nos consuela en ese desánimo en el que nos han metido los exhonorables en su conjunto. Poco tiempo se quedan nuestros fondos en el banco como para que se pueda hacer con ellos alguna tropelía excelsa. Su destino es igual de demoníaco pero a nivel doméstico: el de lograr, de forma también inexplicable, el que lleguemos a fin de mes.

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