Las primeras planas de los medios se están haciendo eco de lo que parece un nuevo terremoto al estilo Wikileaks pero en el ámbito financiero.

La conmoción es de tal magnitud, tan grande la amenaza de descalabrar la apariencia de legalidad de los capitales, que es probable que, como ocurrió con Julian Assange del que ya casi no se habla, termine no pasando gran cosa. La razón para que así sea es que las apariencias y las mentiras pueden constituir realidades que hagan funcionar el mundo puesto que el universo imaginario y el real mantienen una dialéctica de causa efecto recíproca. Ejemplo de esto es el viejo y eficaz truco político de torpedear con calumnias un personaje que pierde imagen con independencia de que luego se demuestre la falsedad de las acusaciones.

Desde el punto de vista psicológico resulta interesante reflexionar sobre las peculiares personalidades de los personajes que desencadenan estos episodios.

En la telaraña de versiones, intrigas, filtraciones y desmentidos de la aventura de Hervé Falciani, el ingeniero de sistemas ítalo-francés que ha abierto la caja de los truenos hay para todos los gustos. Un resentido y desleal oportunista que trató de lucrar vendiendo la preciosa información a la que tuvo acceso, un solitario justiciero, un romántico, un psicópata, un valiente?

En todo caso, es alguien que ha creado una situación que escapa a su control y que, al igual que Julian Assange, lo ha llevado a vivir como un proscrito y un fugitivo y a huir hacia adelante encarnando un personaje, el mejor posible, el que tenga más posibilidades de sobrevivir. Actualmente Falciani trabaja para el gobierno francés y es una figura pública.

¿Pero qué es lo que puede llevar a un hombre como Falciani, con una carrera exitosa, con un universo confortable y seguro a dar semejante salto al vacío?

La información periodística sobre los móviles reales de Falciani es de momento confusa, como también lo es sobre los de Julian Assange. Puede que nunca llegue a saberse. Es lógico, puesto que a la sociedad lo que le importa son las consecuencias de los actos y no la subjetividad de los individuos. A nadie importa por qué el tenista Rafa Nadal, el futbolista Lionel Messi o el virtuoso del piano Lang Lang han llegado a lo sublime con sus artes. Se los disfruta y punto.

Sin embargo desde el punto de vista psicológico decisiones como las que nos ocupan son tan costosas y, aparentemente ilógicas que resulta interesante dar una explicación.

Ha de ser algo que destaque, que nadie se haya atrevido a hacer. Recientemente Aleksander Doba, un polaco de 68 años batió el record de duración de un viaje en solitario a remo recorriendo más de 10.000 kilómetros. Alan Eustace, un ejecutivo de Google, saltó desde 41.000 metros de altura batiendo todos los records preexistentes. Son ejemplos entre muchos en que hombres, casi siempre hombres, se lo juegan todo por una proeza.

La auto-exigencia y los problemas de autoestima que son frecuentes en los motivos de consulta suelen contener la necesidad de demostrar, más bien de demostrarse a si mismos, que viene a ser lo mismo.

Los estudios de psicopatología describen una característica frecuentemente asociada a la neurosis obsesiva con una incidencia mayoritariamente masculina. La necesidad de realizar una proeza o hazaña, si es soportando un martirio mejor aún.

El origen de esta necesidad de proeza está en la compleja trama de la evolución psico-afectiva del niño en la relación con sus padres. Los ingredientes son el amor, las idealizaciones, la rivalidad y una fuerte necesidad de reconocimiento.

Los psicólogos usamos el término "Gran otro", u Otro con mayúscula para designar a ese exigente interlocutor imaginario. Es ante ese Otro, ante quien se pasa examen, de quien se busca el reconocimiento, el amor o al que se intenta superar y derrotar.

Una de las primeras referencias a esta dramática y esclavizante necesidad de reconocimiento se remonta a la expresión "Dialéctica del amo y el esclavo" del filósofo alemán Hegel en el siglo dieciocho. Se trata pues de tener que demostrar a un exigente amo imaginario que, en realidad, se lleva dentro.

Ya lo dijo el célebre Séneca 4 años antes de Cristo: "La esclavitud más denigrante es la de ser esclavo de uno mismo"

* Psicólogo clínico