Diario de Mallorca

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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Crema de manos

¿Tendría aquel chico alguna idea sobre la casta política o el proceso constituyente? ¿Sería partidario de la economía de mercado o del intervencionismo estatal? ¿Habría pensado alguna vez en estas cosas? ¿O se dedicaría tan sólo a sus niños con problemas y a su equipo de fútbol?

El otro día llamó a la puerta un chico que vendía tarros de crema para las manos. Era un chico muy alto y muy delgado, y le abrí, desoyendo todas las advertencias que no recomiendan abrir a desconocidos, porque era muy alto y muy delgado y tenía dos tarros de vidrio en las manos. Por alguna razón, pensé que alguien así tenía que ser inofensivo. El chico me dijo que era monitor de un equipo infantil de fútbol para niños con problemas, y que iba casa por casa pidiendo una pequeña contribución para su equipo. Y enseguida alzó los dos tarros de vidrio y me dijo que eran crema de manos, "muy suave y muy buena, de primera calidad", y que me los dejaba por un euro cada tarro. Luego añadió: "Si no lo usa usted, pueden ser para su mujer", y levantó un poco más los tarros, como si pensase que yo no me creía que fueran en verdad crema de manos sino otra cosa muy distinta y que no valiese nada.

Cuando me acercó los tarros, me fijé en que aquel chico tenía los ojos muy abiertos y que gesticulaba mucho, con un nerviosismo que parecía excesivo para una situación por lo demás muy normal. Quise pensar que no estaba acostumbrado a ir casa por casa y que le daba vergüenza hacer lo que estaba haciendo, pero también me planteé que a lo mejor no existía el equipo infantil de fútbol ni nada por el estilo, y que aquellos tarros eran robados y los iba vendiendo para sacar como fuera un poco de dinero. Pero entonces volví a reparar en que era un chico muy alto y muy delgado, y miré de refilón sus ojos demasiado abiertos y casi desencajados -unos ojos de lunático o de enfermo, unos ojos de alguien al que no le gustaba nada lo que veía cada mañana al asomarse al espejo-, pero aun así me convencí de que el equipo de fútbol era real y él era su monitor, a pesar de que habría sido mucho más lógico, por su talla, que entrenase un equipo de baloncesto en vez de un equipo de fútbol.

Por un instante tuve el impulso de averiguar qué había de verdad o de mentira en todo aquello, y estuve a punto de hacerle pasar e invitarle a tomar algo -una cerveza, un café-, porque charlando un poco no tardaría en salir a la luz la verdad, y bastaría una frase o una referencia suya sobre los niños o sobre los tarros para que quedase claro cuánto había de verdad en la historia que contaba. Pero entonces recordé la advertencia de no dejar entrar a desconocidos, y mucho menos en estos tiempos, y de repente me puse nervioso, seguramente porque me daba vergüenza desconfiar de aquel chico tan alto y tan delgado e impedirle el paso como si fuera un lunático o un posible ladrón, en vez de un chico que entrenaba a un equipo infantil de fútbol para niños con problemas. Así que saqué los dos euros y se los di, y cuando el chico estiró los dos brazos con un gesto automático y me puso los dos tarros bajo las narices, le dije que no los quería y que podía llevárselos, y así podría venderlos en otra casa y ganar algo más de dinero (una miseria, en cualquier caso). Y entonces el chico miró los dos euros con un leve gesto de decepción -tal vez había imaginado que le iba a pagar los tarros y también le iba a dar la contribución para el equipo de fútbol-, y luego encogió los brazos y se quedó con los dos tarros en la mano, sin saber qué hacer con ellos ni cómo coger el dinero. "¿Te cojo los tarros?", le pregunté al ver su torpeza de movimientos, pero enseguida se metió los dos tarros bajo un brazo y con la otra mano cogió el dinero. Se dio la vuelta de golpe y se fue hacia la puerta de los vecinos. "Adiós, gracias, muy amable", gritó desde el descansillo. Oí que llamaba al piso de al lado, pero nadie abrió, y luego llamó a otro piso, pero tampoco le abrieron, y después oí sus pasos apresurados en las escaleras, bajando los escalones de dos en dos o de tres en tres. Y en cuanto dejé de oírle, le deseé suerte, a él y a sus niños del equipo infantil de fútbol, fueran reales o imaginarios -eso ya daba igual-, porque quizá ese chico llegó a entrenar alguna vez a un equipo de fútbol, aunque ahora se dedicase a otras cosas más turbias y tuviera que ir de casa en casa, malvendiendo tarros de crema de manos que sólo Dios sabía cómo había conseguido.

Cuando se fue me pregunté a quién votaría o qué ideas tendría sobre la economía y la situación del país. ¿Tendría alguna idea sobre la casta política o el proceso constituyente? ¿Sería partidario de la economía de mercado o del intervencionismo estatal? ¿Habría pensado alguna vez en estas cosas? ¿O se dedicaría tan sólo a sus niños con problemas y a su equipo de fútbol? Mientras escribo esto todavía no he aclarado ninguna de estas preguntas.

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