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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Biopsia

Hace poco tuve que pasar por una experiencia bastante incómoda, cuando un médico me leyó el resultado de una biopsia. En su consulta, el médico miró el resultado del análisis y luego levantó la vista, pero en vez de dirigirse a mí, desvió la mirada hacia el ordenador que tenía en el despacho. Luego volvió a repetir la misma operación: miró el resultado del análisis, levantó la vista y enseguida la desvió hacia el ordenador. Me temí lo peor. Recuerdo que tragué saliva y que apreté mucho las manos (no sé por qué, tenía las manos juntas, metidas entre las rodillas). El médico debió de captar mi inquietud, porque esta vez sí que me miró a los ojos y me anunció el resultado. "Pre-maligno", dijo con voz neutra, pero añadió que aquello podía operarse y no tenía por qué ser un problema. Por fortuna, aquel médico sabía trasmitir confianza. Una vez que me miró a los ojos, no volvió a desviar la mirada ni titubeó a la hora de buscar las palabras. Cuando me di cuenta, yo había dejado de apretar las manos y ahora las tenía encima de la mesa. El médico sonrió. Y luego, con voz clara, sin alterarse, sin desviar la vista, volvió a darme ánimos: "No va a pasar nada. Todo irá bien. Seguro que sí". Y respiré aliviado.

Ha pasado casi un mes y de momento parece que todo va bien (cruzo los dedos). Pero esa experiencia en la consulta del médico me hizo reflexionar sobre algo muy importante. Los médicos están obligados a comunicar la verdad a sus pacientes, por dolorosa o cruel que sea esta verdad, pero los políticos no suelen hacerlo nunca, porque saben que eso les haría perder millones de votos y arruinar todas sus esperanzas de conservar el poder si lo ocupaban, o bien de alcanzarlo alguna vez, si es que están en la oposición. Pero esa conducta puede resultar dañina o incluso suicida para un país. Y basta pensar en los gobiernos que estuvieron falsificando las cuentas públicas en Grecia, y que ocultaron la verdad a sus ciudadanos y enmascararon la situación dramática que vivía el país. Porque, se mire como se mire, estos gobiernos han causado un sufrimiento a la población que quizá se podría haber evitado si hubieran reconocido la verdad cuando aún estaban a tiempo.

Y lo mismo podría decirse de lo que ocurrió en nuestro país: entre el 2008 y el 2010 las administraciones públicas y daba igual que estuviesen en manos del PP, del PSOE o de los partidos nacionalistas como CiU o el PNV siguieron gastando alegremente un dinero que ya no tenían o que sabían que tendrían que pagar con grandes intereses porque alguien más se lo tendría que prestar. Quizá estábamos aún a tiempo de evitar lo peor, pero nadie quiso reconocer la verdad y el engaño continuó. Y dos o tres años después, en el verano del 2012, estuvimos a punto de ser rescatados y se tuvo que aplicar un plan de recortes que como siempre en este país se dirigió contra los más débiles y castigó a quienes menos culpa tenían en la responsabilidad de la crisis. Pensionistas, desempleados, pequeños empresarios, funcionarios con la nómina recortada: todos tuvieron que pagar los platos rotos a costa de aumentos de impuestos y de recortes brutales en los servicios sociales. Todo se hizo mal, deprisa y corriendo y de la forma menos justa posible, pero se hizo, y quizá no quedaba otro remedio si no queríamos que las consecuencias fueran aún peores. Y como resultado, las mentiras piadosas de los años anteriores se convirtieron en las crueles medidas de austeridad que nos anunciaron como inevitables.

Digo esto porque hemos entrado en un año electoral y me pregunto si hay algún partido que esté dispuesto a decir la verdad sobre la situación que vivimos. Si nos dicen que la recuperación económica es innegable y que todos vamos a vivir mejor dentro de un año, y mucho mejor aún dentro de dos, el mensaje implícito en este discurso optimista es que todo volverá a ser como era hace diez años. Ahora bien, cualquier persona con dos dedos de frente debería saber que eso no va a ocurrir. La globalización ha alterado por completo las condiciones de la economía: los trabajos son precarios y mal pagados, y el Estado está endeudado hasta las trancas mientras seguimos viviendo de prestado. La prosperidad perdida no volverá, pero eso nadie parece querer reconocerlo.

Y es que los discursos que se presentan como alternativa a este discurso optimista tampoco parecen atreverse a decir la verdad. De una forma u otra, nos dicen que si los evasores fiscales pagan sus impuestos y los corruptos van a la cárcel y devuelven lo robado, todo volverá a ser como era hace diez años. Pero eso también es una falacia insostenible. Por mucho dinero que se recaude con los impuestos y las multas, el trabajo seguirá siendo escaso y mal pagado y los servicios públicos que disfrutamos serán cada vez más difíciles de sostener. Nos guste o no, las cosas son así. Y quizá lo que me dijo el médico, pre-maligno, sea el diagnóstico más adecuado para la situación que vivimos en este país. ¿Habrá alguien que se atreva a reconocerlo? Me temo que no.

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