Un 1,9 sobre diez es la nota que los españoles ponen a los dirigentes políticos en la Encuesta Social Europea publicada este año. El 83% de los ciudadanos del país considera que los partidos políticos son la institución más corrompida, según el octavo barómetro global de la corrupción de Transparencia Internacional. Casi siete de cada diez cree que la segunda institución más corrompida es el Congreso de los Diputados. Con solo un 2,8% de españoles afiliados a un partido político, según el Centro de Investigaciones políticas (CIS), es evidente el desapego entre la ciudadanía y las instituciones políticas. Preguntarnos por qué no es necesario. Basta echar un vistazo a las noticias. Según un estudio de la Universidad de La Laguna, entre 2000 y 2010 aparecieron casi 700 casos de corrupción en los medios de comunicación. De eso hace casi cinco años y la cifra habrá aumentado considerablemente si se tiene en cuenta que incluso cuando ya había casos investigándose, juzgándose e incluso políticos pisando el áspero suelo de la cárcel, todavía había jetas que desplegaban sus redes corruptas a lo ancho y largo de España (los implicados en la operación Púnica, por ejemplo).

El problema de verdad es pensar que los políticos corruptos (y los que no lo son pero malentienden la política) son el borde del precipicio y que después ya no hay nada, que solo queda el vacío. Porque hay. Y vaya que sí hay. Hay generaciones a las que se les tiene que seguir ofreciendo educación, jóvenes que necesitan encontrar un primer trabajo, parados que ansían volver a llevar dinero a casa, enfermos que merecen asistencia sanitaria de calidad y no mercantilizada, pensionistas que deben recibir un pago mensual para vivir dignamente, mujeres maltratadas que demandan protección, empresarios que precisan ayudas para poder sacar adelante proyectos que generen formas de ganarse la vida a ellos y a otros... Toda y cada una de las decisiones que se toman en relación a alguna de las cuestiones nombradas, son decisiones políticas. Son decisiones que en algún momento de la vida nos van a afectar como ciudadanos. Puede haber hastío, desapego, desgana. Pero es una falacia decir que podemos no implicarnos en política porque pase lo que pase, la política nos condiciona. Cuando en clase nombro dos palabras, "política" y "economía", los alumnos se echan para atrás, suspiran y se abstraen. Qué mundo. Creen profundamente que ni la una ni la otra van con ellos. Hasta que entienden que somos seres económicos y políticos, que no podemos escapar de ambas cuestiones y que, sobre todo, es importante no entregarse y asumir decisión alguna porque sí, sin entender cómo se ha tomado y qué supone. Empiezan a prestar atención cuando se les dice que el ciudadano, al pensar en política, no debe ser como el hincha de un club de fútbol que siente la pasión por los colores y que los defenderá siempre, pase lo que pase. Les digo: "Sed conservadores, sed progresistas, sed nacionalistas o no, sed ecologistas o no, pero pensad y dialogad desde el respeto, argumentando bien vuestras ideas, considerando que la política es comunicación, es construcción y es consenso para llegar a las mejores decisiones, las más justas para todos y las que nos afectarán a todos".

Los políticos no son privilegiados, no lo deberían ser. No están arriba. No están abajo. No son "altas instancias" ni unos "indeseables". No deberían serlo. Deberían ser trabajadores, deberían ser técnicos. Y trabajar duro, como el cirujano que pasa horas intentando salvar a un paciente de cuyo futuro depende en buena parte la habilidad de médico. Como el abogado de turno de oficio que cobrando una miseria por guardia defiende a personas que no podrían defenderse de otra manera. Sin embargo, me cuentan historias increíbles. De "políticos" al frente de instituciones enteras que no trabajan a partir de las tres de la tarde. De manos negras (que van a pasar por los juzgados) en los partidos que mueven las sillas de hasta quién se sienta en al frente de los servicios jurídicos de una conselleria. ¿Eso es política? Eso es todo menos política. Muchos "políticos" se han adueñado de la etiqueta, como si de un título nobiliario se tratase, han echado a los ciudadanos a un lado y han hecho de su política una forma de vida. Cuando en realidad, la política somos todos. Formamos parte de ella. Como en el mundo de Gustavo Adolfo Bécquer en el que todo era poesía, pero en este caso sin sentimentalismos. Porque política eres tú y no te queda más remedio que pensar en qué te conviene u otros decidirán por ti. ¡Y lo harán!

* Profesor del Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez