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JOrge Dezcallar

El (des)acuerdo con Irán

El pasado lunes terminó sin acuerdo el plazo que se habían dado Irán y los negociadores internacionales del grupo P5+1(los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania) para lograr un acuerdo que acabara con las sospechas de que Irán pretende dotarse de armas nucleares, algo que modificaría sustancialmente la geopolítica de todo el Medio Oriente.

Los 5+1 temen que la táctica dilatoria de los iraníes sea una excusa para ganar tiempo y avanzar en una nuclearización encubierta. De ahí su insistencia en que Teherán desmantele al menos el 50% de las centrifugadoras de uranio que tiene en operación y que acepte visitas de inspección a cargo de funcionarios de la ONU sin ningún límite o restricción. Por su parte, los iraníes no se conforman con un levantamiento parcial y escalonado de las sanciones sino que lo exigen total e inmediato. Estas cuestiones han impedido el acuerdo.

Pero como a pesar de los pesares parece que algo se avanza, los negociadores han decidido prorrogar hasta el próximo 30 de junio el acuerdo interino alcanzado hace un año en Ginebra (plan de acción conjunto) conforme al cual Irán se comprometía a renunciar al plutonio, a detener el enriquecimiento de uranio más allá del 20% y a aceptar inspecciones de la ONU a cambio una suavización del régimen de sanciones por valor de unos 700 millones de dólares mensuales, incluyendo el acceso a algunos fondos congelados en el extranjero.

Tanto el presidente de Irán, Rohani, como el de los EE UU necesitan un acuerdo. El primero porque las sanciones están haciendo mucho daño a su economía, especialmente en un contexto de precio bajo del petróleo, su principal fuente de divisas. Llevan ya demasiados años apretándose el cinturón y el 91% de los iraníes reconoce que las sanciones afectan negativamente a su vida diaria. Por su parte, Obama necesita éxitos tras su reciente debacle en las Mid-term elections que han dado todo el poder legislativo (Senado y Congreso) al partido republicano. Excluidos éxitos en la política doméstica por la inmisericorde oposición republicana, el presidente se ve obligado a buscarlos en el exterior, donde su margen de discreccionalidad es mayor. Pero si Obama mira al extranjero tampoco lo tiene fácil: el ébola parece que está contenido si no controlado; la situación en Siria, Irak y con el Estado Islámico (EI) no deja ninguna opción buena pues los ataques contra el EI refuerzan indirectamente a Assad que puede concentrar su artillería contra la oposición laica, mientras que atacar al dictador sirio provocaría la reacción iraní azuzando a los chiitas en contra de la presencia militar americana en suelo iraquí. Un galimatías pero es así. Tampoco lo tiene Obama fácil con palestinos e israelíes ni con Putin en Ucrania.

Le queda Irán, al que Obama tendió la mano desde el comienzo de su mandato. Un acuerdo con Irán transformaría el Oriente Medio y haría que un gran país de 76 millones de habitantes dejara de ser el paria internacional que hoy es para volver a tener un papel relevante en la geopolítica de la zona... algo que pone de los nervios a Arabia Saudí, el jefe de fila de los sunnitas que compite con Irán, líder chiíta, por la supremacía regional. Y tampoco gusta en Israel, muy contrario a estas negociaciones desde el primer día por pensar que los iraníes no juegan limpio y que solo quieren ganar tiempo hasta que sea demasiado tarde y dispongan de armas nucleares como Corea del Norte. Israel ya ha advertido que un Irán nuclear es una amenaza existencial que no tolerará. Como se sabe, Ia gran ventaja militar del estado hebreo es ser hoy el único país de la región con bombas atómicas. Pero peor sería si las actuales negociaciones fracasan porque entonces es cuando Irán podría verse impulsado de verdad a dotarse de armamento nuclear. Y tampoco hay que olvidar que hay gentes poderosas tanto en los EE UU (legisladores republicanos, lobbies israelíes como AIPAC) como en Irán (pasdaranes, ayatollahs) que por razones diversas pero coincidentes no desean que estas negociaciones tengan éxito.

Recientemente se ha hecho una encuesta sobre la opinión de los iraníes por parte de las universidades de Teherán y de Maryland que se ha publicado en Foreign Affairs y cuyos resultados son interesantes porque pueden presionar tanto al liderazgo iraní (si es que le importa la opinión de sus conciudadanos) como al Congreso norteamericano, que tiene la llave para levantar las sanciones. Según ella, 79% de iraníes son favorables a un compromiso que excluya que el país se dote de armas nucleares, 76% acepta inspecciones internacionales continuadas y 62% sería partidario de otras medidas de transparencia que tranquilizaran a la opinión internacional. Todo eso es una buena base sobre la que construir. Por su parte y a pesar de que algunos prominentes legisladores republicanos (Marco Rubio) hablan de abandonar las negociaciones y aumentar las sanciones, no lo tendrán tan fácil porque solo un 31% de americanos secunda esta línea frente a un 62% que son partidarios de continuar negociando y resolver de paso el viejo contencioso bilateral que comenzó en 1979 con el asalto a la embajada en Teherán y la toma de rehenes, asunto que acabó con la presidencia de Jimmy Carter.

Un éxito con Irán salvaría la política exterior de la presidencia de Obama y y por eso algunos no se lo querrán dar.

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