Hoy, 28 de noviembre, se cumplen veinte años del fallecimiento del cardenal Tarancón, la figura eclesiástica más emblemática e influyente de la transición española. Sus amigos valencianos le han dedicado un homenaje a su paisano publicando un libro titulado Vicente Enrique Tarancón, cardenal de l'Església (1907-1994), editado por Emili Marí en la editorial Saó.

Me propongo unirme a ellos recordando las palabras del cardenal en los momentos más significativos de su presencia en la vida española. Empiezo por su carta pastoral de marzo de 1950, cuando era obispo de Solsona, a once años de la guerra civil y en plena vigencia del régimen del general Franco, y que tituló El pan nuestro. Sus palabras siguen siendo muy actuales hoy en día, 64 años después, y en circunstancias también difíciles.

"No podemos callar. No debemos callar por más tiempo. (...) Porque no nos salimos de nuestro campo cuando afrontamos este problema y cuando escribimos una carta pastoral para defender el derecho de los pobres y de los obreros a comer pan en abundancia y cuanto necesiten para llevar una vida digna y humana. No rebasamos nuestra misión episcopal cuando pedimos pan abundante y comida suficiente y habitación digna para todos nuestros hijos (...).

Para quien tiene dinero abundante, y no son pocos los que se han enriquecidos desaforadamente en estos últimos años, no existen privaciones. (...) Hay muchas familias que carecen de los alimentos indispensables. Hay muchos padres que no pueden dar pan a sus hijos siempre que se lo piden. La mayor parte de los obreros tienen hambre de pan y carecen de muchas cosas necesarias.

Y no nos referimos tan sólo a los obreros parados o a los que por cualquier causa no pueden ganar un jornal con que adquirir lo necesario para la vida. También los obreros que trabajan y tienen un jornal objetivamente bastante remunerador, no pueden tener el pan que necesitan ni pueden comprar alimentos indispensables. (...) Este malestar engendra el recelo, la desconfianza, el rencor. Hoy, no nos engañemos, son muchos los que desconfían del Estado y de las organizaciones sociales y políticas (...).

El remedio está en el reinado de la sinceridad, de la honradez, de la justicia, de la caridad. (...) Todos los que ejercen algún cargo o tienen alguna responsabilidad o alguna preeminencia social deben dar ejemplo de austeridad, de honradez, de espíritu de justicia y caridad. Porque ¿con qué derecho y, sobre todo, con qué fuera van a imponer y van a exigir a los demás la austeridad y la honradez si ellos no las practican? (...) Los que ocupan algún cargo en estos momentos no solamente deben ser dignos y honrados, deben parecerlo también y deben evitar con cuidado todo aquello que pueda servir de razón o de pretexto para que los demás duden de ellos (...).

Por eso es incumbencia primaria y esencial del Estado atender al bienestar material de sus súbditos; procurar por todos los medios que los hombres pueda encontrar en la sociedad cuanto necesitan para vivir dignamente como persona humanas; conseguir, en una palabra, el fin propio y específico de la sociedad civil. (...) misión de la autoridad es distribuir las cargas, las privaciones y los sacrificios de tal suerte que todos los ciudadanos, cada cual según su condición, participen de esas cargas y de esas privaciones de una manera equitativa, procurando, desde luego, que las clases humildes, que tienen siempre menos recursos y menos resistencia, no se vean agobiadas por aquellas circunstancias difíciles (...)".

El 4 de octubre de 1994 Tarancón, con 87 años, y a cincuenta y cinco días de su muerte, fue investido doctor honoris causa de la Universidad Politécnica de Valencia. En su discurso de aceptación quiso hacer públicas las motivaciones de sus actuaciones más conflictivas, presentar una profunda reflexión sobre los valores éticos en una sociedad democrática y plural y, finalmente, situar el compromiso de los cristianos en dicha sociedad. Vino a ser como su testamento y despedida.

"Habéis tenido en cuenta (...) algunos servicios que he prestado a mi pueblo y a mis conciudadanos en circunstancias nada fáciles. En medio de la incomprensión de unos y de otros: de los políticos que entonces me calificaron de traidor; de muchos cristianos que no acertaban a comprender mi actitud porque no habían asumido de corazón las nuevas orientaciones del Concilio Vaticano II y no entendían que la Iglesia tenía en aquellos momentos una "misión histórica" que cumplir (...). Lo cierto es que las circunstancias la providencia, diría yo, desde mi actitud cristiana me colocaron en un puesto clave en la Iglesia cuando ésta no podía inhibirse del problema que tenía planteado nuestra sociedad que buscaba caminos de libertad y responsabilidad, después de muchos años de coacción del poder público que convertía prácticamente en súbditos a los que tenían el derecho de ser ciudadanos libres y responsables. (...) Servir al hombre y a mi pueblo es la única justificación de mi conducta en aquellos momentos poniendo a contribución todos los medios de que podía disponer para lograr la concordia de pareceres y de conductas?".

El 28 de noviembre de 1994, en Valencia, en el Hospital Católico Casa de la Salud falleció el cardenal Tarancón y fue enterrado en la Colegiata de san Isidro, en Madrid.