Por fin entiendo en qué consiste el cambio político. En esencia, se trata de cambiar el nombre de los partidos y los sindicatos mediante una operación gramatical: allí donde imperaban antes los sustantivos ("Convergència i Unió"; "Unión, Progreso y Democracia"), con algún que otro adjetivo de estrambote ("Partido Popular"; "Partido Socialista Obrero Español"; "Izquierda Plural"), se trata ahora de hacer que se pongan a trabajar los verbos. Y ya se sabe que el verbo es la clave auténtica de la frase. En el mundo de la academia se cuenta un chiste para ilustrar por qué tienen tan difícil mentir quienes hablan en la lengua de Goethe: porque en alemán el verbo va el último en la frase. El chiste consiste en que un profesor de Munich está dando una conferencia o una clase, mira su reloj para comprobar qué hora es y, al ver que le falta sólo media hora para terminar, pone todos los verbos. Mal lo tiene para darle la vuelta al mensaje quien ha de rematar la frase con un verbo habiendo soltado de antemano toda la información que acompaña.

Podemos va de eso, de nombrar los partidos mediante un verbo que, en sí mismo, transmite todo un programa. Lo hizo Obama antes ("Yes, we can") pero a título de eslogan electoral. El partido que da albergue de momento, el menos a los indignados logra con un único verbo dar sentido al mensaje. No iba a pasar demasiado tiempo para que una fórmula tan eficaz tenga secuelas y ya ha salido el sindicato "Somos", que va de lo mismo. Incluso el soberanismo catalán apuesta por "Queremos" aunque, por supuesto, no en castellano.

Decir que podemos es mucho más fuerte y terminante que decir sólo que queremos. El nombre de los grupos políticos no es ni trivial ni neutro. En la revolución que condujo al régimen de los soviets a Vladimir Ilich Uliánov, que ha pasado a la historia como Lenín, se le ocurrió la genialidad de llamar a su grupo "bolchevique", es decir, el que tiene la mayoría, con lo que si aún no gozaba de ella estaba sembrando la semilla necesaria para lograrla. Nadie sabe si Podemos podrá, por mucho que las encuestas apunten a que tal vez sí, pero proclamando esa disposición gana puntos sin necesidad de hacer nada.

Cuando los demás partidos se den cuenta de que la cosa ya no va de la adjetivación popular ni obrera, y mucho menos aún española, será tarde porque todos los verbos mejores estarán ya tomados. Será cosa, pues, de pasar al modo imperativo que, por su propia naturaleza, confunde de manera harto interesante los ruegos con las imposiciones. "Vótame" sería, por ejemplo, un nombre excelente para un partido con pocas posibilidades de que elija su papeleta nadie. Pero si se trata de aplicar la psicología de masas al terreno del abanico de propuestas políticas, igual hay que acabar la frase. No estaría nada mal, habida cuenta de la que se nos está echando encima, aprovechar futuras dudas y proponer un partido que se llame "Pasa de mí y quédate en casa".