Diario de Mallorca

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No sé yo si es una buena noticia el que las empresas aeronáuticas, tanto las que fabrican los aeroplanos como las que los compran, estén dándole vueltas a la imaginación. Según lo que he leído, hasta 5.000 nuevas ideas barajarán los ingenieros de Airbus, la multinacional europea, durante este año y me temo que pocas de ellas seguirán ni de cerca ni de lejos lo que son los deseos de los usuarios. Al revés de lo que sucede con todos los demás medios de transporte, desde la bicicleta al tren pasando por los automóviles, los que hacen aviones parecen odiar a los pasajeros. Si los diseñadores y constructores de los coches, por poner un ejemplo, se desviven por complacer al cliente hasta el punto de que se estrujan los sesos para que las puertas, al cerrarse, hagan un ruido agradable, quienes imaginan los asientos de los aeroplanos sólo se rigen por el concepto del ahorro de espacio. En principio parecería que unos y otros siguen las mismas leyes del mercado, en particular la de lograr más ventas, con la diferencia de que los ciudadanos particulares compran motocicletas y automóviles pero los aviones los alquilan o los adquieren las compañías de aviación. Pero de un tiempo a esta parte es fácil apreciar, nada más subirse a la cabina del aparato que te ha de llevar volando a donde sea, el cabreo mayúsculo del pasajero contra las pobres azafatas que no tienen la culpa ni de que los asientos sean cada vez más estrechos, ni de que no haya sitio donde guardar el equipaje, ni de que el aire acondicionado funcione sólo tras ponerse en marcha.

La razón de la pendiente resbaladiza hacia el infierno en la que andamos metidos los usuarios de los aviones tiene que ver con la malnacida fórmula del low-cost, eufemismo que esconde el ansia de beneficios. Antes también existía ese principio fundamental de la economía de mercado pero las aerolíneas no torturaban al pasajero y los precios de los billetes tampoco eran un disparate. De hecho, hoy sólo existen chollos a título de cebo para atrapar incautos: se supone que el viaje iba a salir baratísimo pero luego comienzan a aparecer extras tasas, cargos por la emisión del billete, pago por la maleta o la elección de asiento y así hasta la saciedad que llevan hasta precios que superan los de cualquier compañía regular. Sin entrar en lo que te cobran si necesitas viajar mañana mismo.

Entre las ideas que se barajan para 2015 están las de prestar un servicio personalizado y aligerar el volumen de los asientos con la esperanza vana, ya verán de aumentar el espacio entre ellos. La verdadera diferencia no aparecerá hasta que cambie el planteamiento de la relación empresa-cliente. Mientras se sigan los principios de O'Leary, el mandamás de Ryanair, quien cree que los pasajeros deberían entender que cuando suben al avión es lo mismo que si se meten en el metro y no tienen por qué esperar que puedan siquiera sentarse, la batalla estará perdida. Hasta que suceda lo que cabría esperar de cualquier animal racional sometido a ese trato: que opte por no volar con Ryanair o sus discípulos jamás.

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