Jordi Savall, violista y director de la música histórica de Europa, goza de un prestigio internacional muy extenso. Además de otros merecimientos, la fotógrafa Colita tiene para muchos el de haber dado fe de vida de la gauche divine barcelonesa, el Boccaccio de Oriol Regàs y otros mitos de la "primera modernización" de España, como ahora se dice. Savall y Colita acaban de rechazar los premios nacionales que convoca y dota el ministerio de Cultura. Son galardones "oficiales", aunque los adjudiquen jurados independientes. No se reducen al "honor" sino que aparejan sumas de dinero nada despreciables, y menos en tiempos tan duros para la lírica. Rehusarlos es como una declaración de principios, un repudio ético que, a fuer de realistas, duplica su valor con el desdén del dinero. Porque si nos preguntamos quiénes fueron los del año pasado, ni rastro queda en la memoria.

No es que falten precedentes. Javier Marías también pasó hace poco del honor y del dinero. Savall y Colita lo han argumentado como explícito "no" a la política cultural del país y a la penuria impuesta a las instituciones públicas y privadas cuyos fines son el fomento del pensamiento y el estímulo de la creatividad artística y científica. Sería muy fácil exhibir nombre ilustres como bandera legitimadora de la falacia oficial. Si algunos lo consienten, ésa es su opción; pero el rechazo será mucho más eficaz para acelerar el cambio necesario. El ministro Wert, que tantas calamidades ha vertido en el cauce de la educación y la cultura del país, salva la piel gracias a la ignorancia de sus superiores y, consecuentemente, la insensibilidad ante los problemas que no se conjugan en déficits, deudas o primas de riesgo.

La mala praxis está empezando a exhibir las pupas, mientras las corrientes profundas de la convivencia delatan heridas que costará mucho tiempo restañar. Forman la hipoteca que pesará indefinidamente sobre los dirigentes de estos años funestos y les llevará al inapelable desahucio de la casa común que ha de ser la acción política. Gallardón se confiesa asqueado por el oportuno aborto de su reforma de la ley del aborto. Pero se hizo a tiempo, antes de consumar un error más propio de una dictadura que de una sedicente democracia. Cuando Wert declare su asco por la corrección de los propios engendros, el tiempo habrá pasado sin retorno, y reparar el daño será tarea de otros. Colita y Savall, casualmente catalanes ambos, han expresado el sentir de toda la sociedad intelectual, artística y científica de este maltratado país.