Calcula el profesor Gabriel Zucman en su ensayo La riqueza oculta de las naciones que un 12% de las familias de la Unión Europea (UE) guardan su peculio en los llamados paraísos fiscales, donde es fama que el dinero vive divinamente. Nada más lógico, si se tiene en cuenta que el recién elegido presidente de la comisión que gobierna la UE es Jean Claude Juncker, antiguo primer ministro de uno de esos oasis monetarios y gran benefactor de las multinacionales interesadas en evadir impuestos vía Luxemburgo.

La elección de Juncker como zorro encargado de cuidar a las gallinas en sus corralitos avalaría, en apariencia, la descorazonadora conclusión de Zucman, cuando afirma que la impunidad de los defraudadores es "casi total". Advierte el profesor que los compromisos asumidos por los paraísos fiscales son demasiado vagos y los medios de control demasiado débiles para poner coto a la gigantesca evasión de impuestos en el continente. Y en el mundo en general.

Quizá ocurra aunque esto no lo dice Zucman que el dinero sea una variante de la religión, necesitada como cualquier otra de paraísos (fiscales) y acaso también de infiernos como los de las crisis que purgan periódicamente al sistema financiero mundial. Esta peculiar teología se basa, al igual que todas, en la fe de los creyentes que dan valor de compra a un papelito de colores que nada valdría si los feligreses perdieran su confianza en él. De ahí que los fieles más dotados de gracia monetaria prefieran domiciliar sus caudales en Suiza o en cualquier otro edén financiero capaz de garantizarles discreción y seguridad.

Algo de esto intuyó años atrás el entonces cardenal en jefe de la Iglesia española, monseñor Rouco, al afirmar que la actual crisis económica obedece a razones de orden espiritual. Efectivamente, nadie y menos un obispo ignora que el dinero es en su esencia una cuestión de fe. Bastó, por ejemplo, una pérdida de credibilidad en Grecia para que el robusto San Euro se tambalease en su peana y tuvieran que acudir a socorrerlo los colegios cardenalicios de la UE, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo en comandita.

Los paraísos del dinero son una válvula de seguridad para los capitales que por su gran tamaño exigen un velo de protección frente a Hacienda. Oficialmente, las autoridades al mando dicen estar muy preocupadas por la existencia de estos nirvanas financieros; pero en la práctica se resignan a convivir con ellos y, a lo sumo, inventan Sicavs y amnistías a los evasores para rescatar una parte del botín. Mucho más animoso o tal vez ingenuo, el profesor Zucman cree que aún es posible el combate a estas zonas francas del dinero en las que se acumulan, según sus propios cálculos, cerca de seis billones de euros sustraídos a las Haciendas nacionales.

Para ello bastaría con crear un catastro mundial de las finanzas en el que quede registrada la propiedad de los títulos financieros. A continuación se amenazaría con todas las penas del infierno y de la aduana a los paraísos fiscales que insistan en mantener el secreto bancario y, por último, ya solo quedaría la creación de un impuesto global sobre las fortunas, gestionado por el FMI. Suena muy bien el cuento. Lástima que la UE le haya puesto su colorín, colorado, al elegir como presidente al exjefe del acreditado paraíso fiscal de Luxemburgo. El cielo de los evasores puede esperar.