Muy grave ha de ser nuestro crimen, para merecer tanto castigo. Cuando creíamos que la autoridad incompetente no podría empeorar el catastrófico Palacio de Congresos, el mismo equipo nos propone el monstruo del Moll Vell en pleno corazón de Palma. Encadenan los adefesios sin necesidad de terminarlos, se trata simplemente de desfigurar a la ciudad. La mastodóntica labor destructiva viene avalada en artículos chiripitifláuticos por el Colegio de Ingenieros de Caminos. En efecto, se trata de la misma insigne entidad cuyo informe anónimo se halla en el núcleo de la investigación de corrupción en Son Espases. Toda recomendación con su firma debería ser desestimada de inmediato.

Mallorca es el lugar en que nos reímos de la disparatada ópera de Calatrava, al tiempo que se diseña una zarzuela todavía más salvaje en idéntico ámbito. No puedo presumir de la elevada capacidad estética de un ingeniero, pero la demolición de Aduanas y Capitanía me parece una barbaridad superior a la caída del edificio de Gesa. Aunque sin duda es necesaria la ruina para sintonizar con la escalera al infierno y el edificio mamarracho ya levantados, y que presagian las desgracias venideras.

Cuando Mallorca todavía estaba emparentada con la belleza, Maurizio Gucci diseñó una propuesta de gran calidad para el Moll Vell. Por desgracia lo mandó asesinar su esposa, aunque no descartemos otras complicidades. La maquinaria que nos ha convertido en la región con más políticos por metro cuadrado de cárcel tiene que seguir funcionando, y las grandes obras públicas la engrasan con los billetes adecuados. No es de extrañar que el saqueo del Moll Vell y el Dique del Oeste fueran los proyectos pendientes de Matas cuando perdió las elecciones. Nada ha cambiado desde entonces. Así se demostrará con el retraso de ordenanza, porque la fiscalía anticorrupción siempre llega cuando el mal está construido. Mientras usted intenta disfrutar tímidamente de los restos de Palma, mentes privilegiadas están maquinando para acabar de destruirlos. A ambos.