Christian Campos, un editor de libros de arte y diseño con magnífica pluma, ha publicado en la revista digital Jot Down un brillante artículo sobre el conflicto catalán en el que comenta la entrevista que Ana Pastor realizó a Artur Mas, en cuyos prolegómenos la periodista reconoció ante otros colegas que ella no siente un gran fervor patriótico hacia España y que sus emociones pasionales hacen más bien referencia a su familia y no a su pertenencia. Campos critica que, tras tan paladina declaración, Pastor recurra reiteradamente al argumento de la manipulación de la ciudadanía, a la que supuestamente habría adoctrinado el nacionalismo para que se mostrase indiferente con respecto a España y vehementemente implicada en cambio con Cataluña. En definitiva „denuncia Campos„ "cuando un español siente indiferencia hacia la idea de España, está ejerciendo su libertad personal a sentir lo que le sale de las gónadas. Cuando es un catalán el que siente exactamente esa misma indiferencia, está siendo manipulado".

Es incuestionable que el principal motor de la tensión centrífuga que ha provocado la movilización independentista es el ardor nacionalista, entendido como alineación identitaria que postula la autorrealización como pueblo de la colectividad catalana y la definición de un sentimiento propio y excluyente de pertenencia al margen de cualquier otra adscripción. En el caso catalán, CiU y ERC postulan la reconcentración patriótica, la sublimación de la identidad nacional y la construcción sentimental de un destino común. Pero ello no significa que el movimiento centrípeto, el que propugna la pervivencia intacta del Estado español, haya de ser simétrico y tenga que basarse en la puesta en tensión del nacionalismo español, del patriotismo incluyente de la diversidad de este viejo país llamado España.

Sin duda hay "patriotas" españoles que postulan la unidad del Estado con estos argumentos subjetivos pero parece claro que una mayoría de quienes nos oponemos a la secesión de Cataluña, y lo hacemos con énfasis y hasta con acaloramiento, no somos ni mucho menos patriotas en el sentido clásico que vincula el concepto a las querencias subjetivas. Pensamos, más bien, que en este país se ha suscrito hace algo más de treinta años un pacto de convivencia, plenamente racional, que ha resultado fecundo, que nos ha permitido una relación cordial entre las distintas procedencias y sensibilidades y que habría que mantener por motivos también racionales. En todo caso, podríamos decir que defendemos la unidad de España por "patriotismo constitucional", un concepto acuñado por Jürgen Habermas, quien lo tomó de Sternberger con el propósito de encontrar un remedio a la crisis de identidad alemana tras el Holocausto (era difícil sentirse alemán con el Holocausto a las espaldas). Básicamente, consiste en la identificación de los ciudadanos no con unos signos culturales de identidad sino con un conjunto de valores que los vinculan unos a otros: derechos humanos, democracia, solidaridad. Un patriota en este sentido no sentiría adhesión a los rasgos étnicos, a la historia o a los símbolos sino a las creencias comunes que generan la fraternidad.

Muchos españoles, en fin, creemos que los catalanes y los restantes ciudadanos españoles tenemos un largo y fecundo camino por delante unidos por el rigor democrático, por la solidaridad entre las diferentes comunidades, por una cierta capacidad de entendernos forjada con los siglos, por esa solidaridad afectuosa que se siente por el vecino al que se conoce de largo y de lejos y con quien se han compartido venturas y desventuras. El patriotismo a la vieja usanza divide, confronta; los valores unen, amalgaman. Y son éstos los que tienen que salvar la unidad en entredicho.