Gallardón ha coqueteado con la progresía y, de hecho, hubo un tiempo que desde el sector más recalcitrante del PP lo tachaban de excesivamente liberal en cuanto a costumbres y moral se refiere. Era el verso suelto, el tornillo que chirría en la maquinaria bien engrasada. Gallardón ha recibido los parabienes de la socialdemocracia. Era, para que nos entendamos, el moderno entre tanto vejestorio reaccionario. Ambiguo y ambicioso, pretendió sin éxito que su ambición no se notara en demasía. Siempre a punto de estallar en sus encuentros con Esperanza Aguirre, conseguía contener la furia ante la que consideraba su verdadera contrincante. En su etapa de alcalde de la capital, tuneló y valló Madrid a base de bien. Los taxistas lo odiaban y lo ensalzaban con el mismo énfasis. Recuerdo aquel eslógan lleno de sorna y retranca: "Madrid, vallas donde vayas." También quiso, según sus penúltimas palabras, "transformar la realidad."

Prescindiendo de diferencias o afinidades ideológicas, nadie le resta valía. Al contrario, el hombre es muy capaz. Pero le ha matado su manía de quedar bien con todos, y ya se sabe que quien pretende contentar a todo el electorado acaba por ser despreciado por todos. El sector progresista no se fía de él, a pesar de su cercanía inicial y, por otro lado, el sector más duro e intransigente ve en él al sacrificado por el pulgar del silencioso Rajoy. La ley del aborto ha sido la guinda. Una ley que contentaba a los obispos y al Opus y que ahora ha sido retirada por falta de apoyo en el seno del gobierno. Su estrategia de contentar al sector más ultramontano ha desembocado en un callejón sin salida. El del aborto es un tema resbaladizo, pero que hasta el más moderado de los conservadores no hubiera tocado. Es curioso, pero ahora el ex ministro de justicia es denostado por ambos frentes. El sector rocoso -o roucoso- lo ha tenido como ejemplo moral a seguir cuando en su momento lo calificó poco menos que de submarino socialista, de ser ambiguo y, por tanto, muy poco fiable. Por otro lado, para el sector, digamos, progre Gallardón ha simbolizado la España más negra y beata, entre Cristo Rey y el Opus, por decirlo un poco a la brava. Su ley, ahora retirada, era un guiño a ese sector recalcitrante, una manera de contentar a ese caladero de votos. A los ambiguos les ocurre que, al final, ni unos ni otros están dispuestos a apoyarle. Al final, ha querido acabar con la ambigüedad o tibieza dándose un sonoro golpe en el pecho y, de este modo tan sobreactuado, acercarse a esa zona que está a la derecha de la derecha de Dios. El hombre ha querido alternar y con ese alterne ha pretendido gozar de los parabienes de un arco muy amplio. Demasiado amplio. Entre El País y la hoja parroquial hay un buen trecho. O, a lo mejor, no tanto.

A no ser que convivan en la misma persona distintos enfoques. Uno, en efecto, puede defender opciones más de izquierdas en según qué ambito o campo y, por otro lado, en según qué terreno defender posturas más conservadoras. La contradicción habita en nosotros. Es inevitable. Ya lo confesó Clint Eastwood: "soy de izquierdas en costumbres y moral, pero económicamente de derechas." O el bailarín Antonio Canales que, ante la previsible pregunta ¿es usted de izquierdas o de derechas?, contestó lo siguiente, para asombro del entrevistador: "tengo dos piernas, la derecha y la izquierda, si me falla una ando cojo." Una respuesta genial para zanjar la vieja cuestión maniquea. Puede ser que Gallardón padezca o disfrute el ser ambidextro. En este aspecto, muchos padecemos o disfrutamos ese problema o esa ventaja. Pero me da que la ley del aborto de Gallardón fue una ocurrencia -nefasta ocurrencia- que tenía como objetivo dar un alegrón a ese sector. Acallar, en fin, a quienes le tildaron de tibio o levemente izquierdoso. Su decisión última fue andar cojo, sostenerse solamente con una pierna, cargando sobre ella todo el peso. Y eso agota. Estaremos o no de acuerdo con Gallardón, pero su decisión de irse es extremadamente consecuente. Aunque sigamos sin saber si se ha ido o le han empujado con suavidad y determinación. Eso sí, los pro-vida no perdonan. Quiso ganarse a los progres y luego pretendió hacer lo propio con los ultracatólicos. No sé puede estar a bien con todos sin ser falso.