Mariano Rajoy reunió en secreto a la cúpula del Partido Popular en el Parador Nacional de Sigüenza el primer fin de semana de septiembre. Allí estaban la secretaria general, María Dolores de Cospedal, y los tres vicesecretarios, Javier Arenas, Carlos Floriano y Esteban Gonzáles Pons.

Les acompañaban los portavoces parlamentarios, Alfonso Alonso y José Luis Barreiro. Por último, asistió el sociólogo de cabecera del PP y gurú demoscópico Pedro Arriola. En el Comité Ejecutivo Nacional celebrado el lunes posterior en la sede de Génova se trasladaron desde la dirección los mensajes y estrategias pertinentes para afrontar el nuevo curso político, con unas elecciones municipales y autonómicas a la vuelta de la esquina. En consecuencia, dos días después sólo había referencias al discreto cónclave en unos cuarenta medios de comunicación.

Se trataba de insuflar ánimos a los dirigentes territoriales, con una moral algo alicaída tras los comicios europeos. En aquel comité ejecutivo se habló de la alta abstención del electorado de centro-derecha, y de los mecanismos para movilizarlo de nuevo. Aquí llegó el discurso de siempre sobre mejorar la comunicación, acercarse a los ciudadanos, hacer pedagogía, etc. Y luego vino el giro novedoso: más política y menos economía. La gente está harta de presupuestos, déficit, ajustes, consumo interno y prima de riesgo, y hay que hablar de otras cosas. Se debe retomar una agenda política de más calado para evitar una saturación numérica que choca bruscamente con la situación de millones de parados y el día a día de la mayoría de trabajadores. Se filtró la intervención en Sigüenza de un Arriola entusiasta, casi eufórico, al que Rajoy tuvo que frenar porque cree que los ciudadanos en general no perciben aún la recuperación económica. Al finalizar el comité ejecutivo Carlos Floriano manifestó en los medios de comunicación que el PP está recuperando la confianza ciudadana de forma acelerada, y quiso trasladar un mensaje de prudente optimismo.

Hasta aquí la ciencia ficción propia de cualquier arenga preelectoral. Vayamos con la realidad no publicada de Sigüenza, pero reflejada en las encuestas arriólicas y analizada con espanto por la cúpula popular: en primer lugar, el PP pierde la mayoría absoluta en todas las comunidades autónomas en las que gobierna. A día de hoy, sólo mantiene opciones de alcanzarla en Murcia y La Rioja, pero con muchas dificultades. En segundo lugar, se mantiene la distancia respecto al PSOE porque el efecto Sánchez no existe. El repunte esperado en la intención de voto por la elección de un nuevo secretario general socialista, joven, guapo y vestido con el blanco impoluto que otorgan unas primarias, no aparece por ningún lado en los sondeos. Este dato también se maneja en la sede de Ferraz, y seguramente explica en algo esa nueva estrategia que pasa por lanzar la imagen del candidato, incrementar sus visibilidad y acelerar sus apariciones mediáticas en los formatos de mayor difusión. Como al PSOE en estos momentos no le sobra nada, más bien lo contrario, se eligen programas de televisión de máxima audiencia sin discriminar demasiado sus contenidos. En comunicación, y aún más en comunicación política, hay evitar la precipitación. Te puedes encontrar con que analizan tu intervención espontánea justo antes o después de discutir sobre el último polvo que ha pegado un famoso, y luego ya es difícil separar el grano de la paja.

Y por último, Podemos se convierte en la tercera fuerza política de España, la segunda en Madrid, a escasa distancia del PSOE. Abre brecha respecto a UPyD, y además, fagocita a Izquierda Unida. Y ahora viene lo mejor: le quita medio millón de votos directos al Partido Popular. Tras las elecciones europeas, algunos advertimos del riesgo real de este trasvase, que se podía repetir y aumentar en unos comicios municipales y autonómicos. Los más educados nos contestaron que aquel castigo había sido anecdótico, que era una bofetada gratis, sin consecuencias prácticas, por el carácter alejado de las elecciones europeas. En definitiva, que el votante popular le vería las orejas al lobo, se asustaría y volvería al redil. Los menos finos nos llamaron iluminados, o ignorantes en sociología. Hay que ser muy obtuso para creer que el PP fue capaz de obtener casi once millones de votos en las elecciones generales de 2011 pescando sólo en los caladeros de las clases medias y la burguesía urbana. Rajoy consiguió un número importante de apoyos en sectores sociales que tradicionalmente votaban izquierda.

Desencantados con Zapatero, dieron su confianza a la persona que encarnaba una alternativa de esperanza. Si muchos de esos votos se trasvasaron directamente del PSOE al PP, ¿por qué no podrían ir ahora a quien se vende como única luz al final del túnel? Podemos recoge el hartazgo de muchos, pero también es la ilusión anestésica de los afligidos que llevan años soportando los latigazos de la crisis, y de éstos hay a la izquierda, claro, pero también a la derecha. Con este panorama, y un votante cada vez menos ideologizado, sorprende el discurso de los que afirman que el candidato es lo de menos, porque puedes colocar el palo de una escoba al frente de una lista, y la votarán los mismos. Incluso las encuestas internas le dicen al Partido Popular que tampoco le sobra nada, más bien lo contrario. Así que convendría utilizar las escobas para lo que realmente sirven en un partido político y en cualquier otro sitio: la limpieza.