El Gobierno ha abierto recientemente la puerta a regular la prohibición de usar el burka en espacios públicos, con motivo de la tramitación de la Ley de Seguridad Ciudadana en el Congreso de los Diputados. Se plantea de esta forma un debate que no es ajeno a otros países europeos. Francia ya impide que las mujeres vayan completamente tapadas por la calle. Bélgica y Luxemburgo también restringen el uso de esta prenda. Y en Italia o Reino Unido, por ejemplo, se plantean asimismo si debe tolerarse o no. Los responsables de la Comisión Islámica de España se han apresurado a afirmar que no es necesario regular la prohibición del burka, alegando que no merece la pena, que no es necesario crear un antecedente, ya que la mayoría de mujeres que lo llevan vienen de visita. Apelan al diálogo para que tal impedimento no se incluya en la nueva norma.

El burka es un atuendo que cubre completamente el cuerpo de la mujer, incluida la cara. Tan sólo los ojos quedan en contacto con el mundo exterior, tamizados por un velo. Así que el mantenimiento de la seguridad es el primero de los argumentos que sostienen la prohibición de llevarlo. Efectivamente, esta prenda dificulta la identificación de quienes la portan. Ir por la calle con el cuerpo totalmente tapado imposibilita reconocer al autor de cualquier delito. No sólo a una mujer. Es que un hombre también puede camuflarse bajo un burka, haciéndose pasar por fémina, amparándose en el derecho a la libertad religiosa. Los carnavales o las tradicionales procesiones de Semana Santa en los que los nazarenos pueden ir ocultos bajo un capirote son situaciones excepcionales, marcadas por un recorrido estipulado y una fuerte presencia policial. Por tanto, no son comparables al hecho de que cualquier ciudadano pueda ser irreconocible en cualquier lugar, momento o tesitura.

Un segundo razonamiento conduce el asunto del burka a los problemas de salud. Las mujeres que lo utilizan siempre que salen de sus casas pueden ver empeorada su situación médica, debido a la falta de luz solar. Y es que la no exposición al sol predispone a la deficiencia de vitamina D; ello aumenta el riesgo de sufrir raquitismo o enfermedades autoinmunes tales como la esclerosis múltiple, la artritis reumatoide, el lupus, la diabetes o algunos tipos de cáncer, entre otras. Así lo ha demostrado un estudio de la Universidad de Oxford. Todas ellas serían en mayor o menor medida evitables con una adecuada vestimenta.

Además de estas consideraciones utilitarias hay que tener presente que, en primer lugar, es la dignidad de la mujer lo que debería llevar a las democracias a prohibir el uso de una prenda que la menoscaba. Las féminas que lo usan lo hacen para ocultar su cuerpo de la vista de los hombres, diferenciándolas, marcándolas, como si tuvieran de qué avergonzarse por haber nacido mujer. Es bastante posible que el intento de controlar la sexualidad femenina esté detrás de esta prenda, que proviene de sociedades profundamente patriarcales. Los defensores del libre uso del burka suelen aducir que las mujeres están de acuerdo. Se da la paradoja de que son ellas sus más firmes defensoras. Sin embargo, en muchos casos, difícilmente podrían no serlo. La gente es, como poco, reacia a cuestionar la tradición o a adoptar una posición independiente, a fin de no perder la aprobación social.

La Real Academia define libertad como la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. Demasiado a menudo confundimos la libertad con hacer lo que nos venga en gana en cada momento. No en vano, no se puede estudiar con plena claridad el mundo contemporáneo más que a partir de un punto de observación situado en una democracia. Sólo la democracia elimina las trabas para evaluar el propio sistema y los ajenos. En Occidente, uno puede ser cristiano, budista, ateo, cienciólogo o musulmán. Hay mil posibilidades. Ahí radica la verdadera libertad religiosa. Cosa que no ocurre en los países de origen de quienes ´libremente´ deciden llevar el burka. La verdadera libertad implica la posibilidad real de elegir, de conocer todas las opciones y tenerlas al alcance para así optar por la que se prefiera, asumiendo la responsabilidad sobre las consecuencias que de ella se deriven.

La reivindicación de la identidad cultural sirve en muchos casos para justificar la tiranía. Como denuncia el filósofo José Antonio Marina, habitualmente convertimos el mito de la cultura y la falsa libertad religiosa en criterio moral supremo, con absoluto desprecio a la persona. En este caso, a la mujer. También en Occidente la mujer ha tolerado durante siglos la subordinación al hombre, ya sea por ignorancia, miedo o por la presión de los dogmatismos vigentes. Sólo se ha rebelado desde hace doscientos años, iniciando la lucha por equiparar sus derechos a los del hombre. Defender estos logros, aún incompletos, pasa por impedir que los derechos de quienes habitan en una democracia se vean perjudicados por elementos que atentan contra la dignidad individual. El camino trazado por Francia no conduce a la islamofobia, sino al respeto por las personas por encima de las culturas o religiones. Los derechos humanos o son universales, o no son.