En mayo de 1989, Václav Havel languidecía en una cárcel de Praga por haber participado en un acto público conmemorativo del suicidio del estudiante Jan Pallach. En diciembre del mismo año, el dramaturgo presidía la república entonces checoslovaca. Este vuelco fulgurante es la metáfora europea más ajustada de Podemos. El vertiginoso tránsito no se repetirá probablemente en España un cuarto de siglo después, aunque las fuerzas vivas y la teocracia bancaria están aterrorizadas ante la hipótesis de una izquierda más allá de las lindes del PSOE. Sin embargo, la semana próxima se inicia un ajetreado curso político.

Será también un ejercicio más largo de lo habitual, porque se inicia con la caravana independentista catalana y se prolongará sin interrupción veraniega hasta las elecciones generales, que tienen el tope de noviembre de 2015. Rajoy tendrá que multiplicar sus dotes de escapista, para no implicarse en una carrera de obstáculos con dos, tres o hasta cuatro convocatorias a las urnas. La agenda pondrá a prueba la robusta indiferencia presidencial, para soportar los males del mundo sin tomar ninguna decisión al respecto. El jefe del gabinete solo participaría en una cruzada de brazos, aunque su ímpetu por falsificar las elecciones municipales parezca contradecir su pasión por la inhibición.

En contra de las apariencias, la manipulación de la ley electoral o golpe de Estado municipal debe inscribirse en la pasividad de Rajoy. Desde que alcanzó La Moncloa con un espectacular resultado, ha tratado de desacreditar el fastidioso ritual de las urnas. La tardía proclamación de Arias Cañete como candidato traducía la irritación del PP con unas elecciones a las que solo se presentaba por compromiso. La impúdica propuesta de alterar la competición poco antes de iniciarse el partido en los ayuntamientos no solo tiene por objetivo amañar una victoria ficticia, sino sobre todo insultar a un proceso tan vulnerable a las trampas del primer advenedizo. Como breve inciso, las mayorías absolutas del PP se han obtenido sin lograr la mitad de los votos, empezando por el Congreso.

En su curso más largo, se demostrará de nuevo que la oposición de Rajoy a un hecho no implica una postura activa para desarmarlo. En el caso urgente de Cataluña, el cuerpo le pide al presidente que los catalanes se entretengan con referenda inofensivos. A continuación, La Moncloa les restaría importancia. El único freno a esta dejación sería la indignación de sus bases. Por ello, el presidente del Gobierno tiene que ofrecer un simulacro de entusiasmo, sin reconocer la importancia de Cataluña y declamando valores hispánicos que no le motivan en exceso. Un país en el que todo puede suceder contradice abiertamente la filosofía presidencial, bajo el férreo lema de que "nada debe suceder".

Rajoy no distingue entre delegar o dejarse imponer. Las directrices de Merkel, del Banco Central Europeo, del Fondo Monetario presidido por una presunta corrupta o de los grandes empresarios constituyen una bendición para el presidente del Gobierno, que se ahorra así la toma de decisiones. Solo se emplea con determinación para que nada ocurra, la evasión gubernamental ofrece resultados tan nocivos para el país como la evasión fiscal. Por ejemplo, la deuda disparada por encima del PIB resume la pomposa política económica en esconder la basura debajo de la alfombra. Difícilmente podrá pagar sus facturas un país que produce servicios de nula innovación. Cabe rescatar de la parálisis gubernamental a un Gallardón más inquietante que inquieto, y que encabeza en solitario la revolución pendiente.

A Rajoy no le sobran hoy apoyos teóricos ni electorales. Aun así, procede rebatir a quienes celebraran soterradamente su pasividad, porque desde Cañete nadie le felicita expresamente por su "extraordinario manejo de los tiempos". Admitiendo la verdad científica de que una tercera parte de enfermos se curan por sí solos, cuesta concluir que la proverbial inacción del residente en La Moncloa apacigua más problemas de los que genera. En el caso inmediato, ningún presidente autonómico hubiera liderado el reto de Cataluña ante gobernantes como González, Suárez o Aznar. Ni siquiera contra Zapatero. El broche servirá de homenaje a Maureen Dowd, la mejor columnista planetaria. Desde el New York Times clausuraba esta semana un artículo sobre la desidia de Obama, en el que resulta inverosímil que no pensara en Rajoy. "No podemos esperar que el presidente lo haga todo, pero podemos esperar que haga algo".