Como cada verano, las Islas Baleares acogen un curioso fenómeno. La visita de famosos seguida por los cazadores, espías o testigos de sus presencias, de sus actividades, de sus cuerpos cubiertos, semicubiertos o descubiertos. Por ejemplo la típica y vendedora imagen de teleobjetivo de un topless o un furtivo abrazo que revela una relación secreta. Son los paparazzi.

Una frase feliz de la periodista Patricia Periró refiriéndose a Ibiza refleja la intensidad de este fenómeno estival: "¿Cabe tanta fama en una sola isla?"

Ingredientes: voyeurismo, exhibicionismo, idealización, intimidad, velos y desnudeces.

Provistos de varios kilos de sofisticado equipo y poderosos teleobjetivos los paparazzi establecen aquí su base de operaciones. Trabajan por aire, mar y tierra, cual cazadores furtivos. Se orientan en base a soplos, o datos más o menos oficiales sobre donde se alojarán y las actividades de los personajes en cuestión.

Condición fundamental: han de ser famosos y si son guapos mejor. La intimidad de quienes no lo son no cotiza.

La disección psicológica permite tres cortes distintos. La vocación del paparazzi, la avidez de quien consume el producto de sus campañas, y la esencia y realidad de lo que se trafica.

Respecto al primer punto, quien espía tras una cerradura o un teleobjetivo realiza un acto de fisgoneo que tiene algo de furtivo y de transgresión. Aunque finalmente, si se vive de ello termina siendo una profesión con la que ganarse las habichuelas como cualquier otra. Lo que supone que la erótica de la mirada se pierde devorada por el aspecto mercantil del dinero que se pueda obtener por la venta de una imagen.

El segundo punto se refiere al de la psicología de quienes constituyen el mercado consumidor, pues solo su curiosidad da valor al producto. Según datos de la Sociedad General Española de Librería (SGEL) las revistas del corazón han vendido más de 42 millones de ejemplares en un año siendo las publicaciones que menos cayeron con la crisis general.

La realidad es que salvo esporádicos episodios que derivan en escándalos, demandas por violación de intimidad y golpes como ocurrió con Kate Middleton la duquesa de Cambridge o Justín Bieber, hay un colectivo de personajes mediáticos que participa gustosamente y saca jugosos beneficios de vender exclusivas o satisface una pulsión exhibicionista. Pero es un tema aparte y excede el horizonte de este artículo.

Lo que sí importa es la condición de ser famoso y guapo, en ese orden pues al revés no funciona. ¿Por qué interesa más la intimidad de un famoso sea su desnudez, sus actividades o intereses? La respuesta la dio Freud hace más de 100 años al describir el mecanismo psíquico de la idealización, que se origina en la visión mágica y fascinada que tienen los niños de sus padres y de un universo que no controlan ni entienden. Así de simple. Ese resabio infantil alimenta la creencia en la perfección ya sea de la belleza, la posesión de bienes o en última instancia, la plenitud de la felicidad. Pero, a menos que se caiga en el delirio, la cruda realidad demuestra que la plenitud es imposible y que en el mejor de los casos la felicidad es efímera. Pero los paparazzi dan la posibilidad de burlar esta imposibilidad al espiar a los dioses e identificarse con ellos.

Las estadísticas no dejan dudas de que casi exclusivamente el mercado de este producto es femenino. No es que los hombres sean menos infantiles, pero sus identificaciones se nutren de otras escenas como los ídolos deportivos, coches, motos u otros fetiches.

El tercer punto es el análisis del producto. Lo que se supone que el paparazzi captura es intimidad. Nada más engañoso.

La intimidad está en la desnudez de las palabras y los pensamientos y los cuerpos desnudos no la revelan en absoluto. Por la misma razón que una prostituta y su cliente no tienen intimidad porque se trata de la gimnasia física de cuerpos desnudos y palabras veladas.

Y hay aún otra imposibilidad. Cuando se trata de guapos y famosos el objeto es la belleza. La filósofa francesa Simone Weil explicó esta imposibilidad en una frase memorable: "Quisiéramos llegar hasta detrás de la belleza, pero no es más que superficie. Es como un espejo que nos devuelve nuestro propio deseo de bien. Es una esfinge, un enigma, un misterio dolorosamente irritante. Quisiéramos alimentarnos de ella, pero solo es objeto de la mirada, aparece a cierta distancia".

Es por eso que en un cierto sentido la del paparazzi es una misión imposible. Pero por suerte para el colectivo de los voyeurs profesionales, no todo es imposibilidad ya que al menos en el sentido de la rentabilidad económica la posibilidad existe y mucho puesto que nadie nota el espejismo y los medios venden las falsas desnudeces como si fuesen verdaderas intimidades a un consumidor ávido de espiar a las hadas y los príncipes.