Hace unos días, BBVA Research, que con rigor e independencia dirigen Rafael Domenech y Miguel Cardoso, presentó su informe intitulado "Situación Illes Balears 2014". El estudio realiza un sistemático análisis para admitir, no sin cautela, la evidencia de sesgos claros de recuperación y la efectividad de los importantes ajustes realizados en los últimos tiempos. Igualmente enfatiza sobre la necesidad de profundizar en las reformas emprendidas para asegurar una recuperación intensa, sostenible y prolongada.

Junto a ese mensaje positivo, el estudio destaca dos cuestiones sobre las que es preciso reflexionar y no por novedosas (recuerdo una magnífica conferencia organizada por la Associació Balear de l´Empresa Familiar, dictada por el otrora consejero delegado de Banco Santander, don Alfredo Sáez, que trató sobre estos mismos temas) sino por su persistencia en el tiempo y trascendencia futura.

Por una parte, el imparable y sistemático deslizamiento a la baja del PIB de Balears en relación con el resto del Estado y demás economías de la Eurozona, de suerte que en veinte años ha pasado de ser una de las comunidades más ricas del Estado, a ocupar el séptimo puesto en términos de PIB per cápita, estando casi seis puntos por debajo del conjunto de la zona euro. Junto a ese dato macroeconómico, el nefasto panorama que presente el factor educacional, con cifras y datos que nos sitúan a la cola de España y superados por multitud de países de mediocridad manifiesta.

Tanto ese estudio como otros análisis concuerdan que la pérdida de nivel de bienestar y la crisis educacional son indisociables, apuntando que al asentarse la economía balear en sectores de bajo valor añadido, los niveles de productividad, eficiencia y profesionalidad deben ser óptimos para poder generar excedentes que permitan asegurar, a medio y largo plazo, objetivos de éxito y el mantenimiento de nuestro nivel de vida. No soy economista y, sin perjuicio de tener mis opiniones, admito no poder plantear un debate sobre las opciones macroeconómicas de Balears, sus ventajas competitivas y opciones de crecimiento. Si, por el contrario, quisiera referirme al deterioro experimentado por el llamado "capital humano", aspecto que puede ser analizado por cualquier ciudadano responsable y preocupado. Para ello, y sin ser original, quisiera diferenciar entre "instrucción" y "formación", aceptando la existencia de vasos comunicantes entre ambos conceptos.

La instrucción, entendida como la enseñanza y transferencia de conocimientos humanísticos, científicos y técnicos, tanto desde un plano teórico como aplicado, ha sido confiada a los enseñantes (profesores, pedagogos, maestros, instructores o como quiera llámeseles), o sea aquellos profesionales cuyo conocimiento de esas disciplinas les habilita para transferir a su alumnos el aprendizaje o perfeccionamiento de esas materias.

A quienes definen y concretan los planes de estudio, compete que el catálogo de materias a enseñar sea el adecuado, tenga los contenidos que corresponda y la excelencia necesaria para que los educadores transfieran a los educandos una instrucción amplia y sólida, que les permita competir en conocimientos. Precisamente por ello es muy preocupante constatar que los planes de estudio se modifican y sustituyen con facilidad pasmosa; constatar que afloran contenidos que se reputan claves para hacerlos desaparecer, o minimizar, apenas pasados unos años y ¡vuelta a empezar! La exigencia de estabilidad de los planes de estudio debe ser la regla y los cambios, salvo los necesarios ajustes y correcciones, la excepción. Es intolerable ese constante experimento con la educación académica de los ciudadanos.

Y sin voluntad de abordar en profundidad, por razones de espacio, un tema muy complejo y poliédrico, resulta llamativo que al aproximarse al debate en la enseñanza de conocimientos, éste gravite sobre cómo debe transmitirse la instrucción (concretamente la lengua de intercambio) más que sobre sus contenidos. O dicho de otra forma, se está poniendo el acento en "como enseñamos" más que en "qué enseñamos". La instrucción exige que el que instruye y el instruido se comuniquen con la mejor fluidez para conseguir ese objetivo, o sea la transmisión correcta y cierta de conocimientos; esa máxima la he seguido, invariablemente, durante los más de veinte años en que he impartido clases en la facultad de Derecho de la UIB. A renglón seguido, afirmo que una sociedad con lengua propia, que forma parte de su acervo cultural común jamás debe renunciar a ella, por la riqueza que comporta, por el sentimiento que incorpora y los elementos de identidad que aporta; no obstante, en este punto me estoy refiriendo a la instrucción, o sea a trasmisión de conocimientos y que éstos sean lo más amplios y útiles, transfiriéndose de la manera más conveniente para su aprendizaje.

El otro factor al que aludía es la formación, entendida como la transmisión de ideas, valores y actitudes; el traspaso de principios de convivencia, comportamiento y ética. Sin perjuicio de lo que apuntaré sobre el compromiso de la sociedad en su conjunto, la formación es tarea principal, irrenunciable e indelegable de las familias. El debate sobre el ente familiar, y su función, es de significativa complejidad; ello no empece para que el modelo que nuestra sociedad ha configurado atribuya a los padres, y con ellos a quienes, en sus entornos familiares, tengan protagonismo (a título de ejemplo, los hermanos mayores en familias numerosas), la máxima responsabilidad en la formación en valores. Resulta inaceptable la dejación que muchas familias hacen de ese deber; su inconsciencia o desidia al desentenderse y despreocuparse de ese cometido que afecta de lleno al devenir futuro de la persona que de ellos depende.

A la clase dirigente, o sea quienes ocupan posiciones relevantes en la estructura social (políticos, medios de comunicación, agentes culturales, empresarios y sindicalistas, artistas, deportistas, etc.), debe exigírseles ejemplaridad, requerirles para que muestren valores objetivamente contrastables y mayoritariamente aceptados, que realicen una aportación real, seria y comprometida en la formación de sus conciudadanos (Rafel Nadal sería un claro ejemplo de persona relevante que transmite valores positivos).

A la vista de los estudios y análisis, que advierten del real y constante deterioro que experimenta el capital humano en Balears, es inaplazable y urgente abordar esta cuestión, poniéndolo en epicentro de nuestras ocupaciones ya de ello depende nuestro futuro, nuestro bienestar y nuestra propia consideración como seres libres y responsables. Asumamos que el problema existe, que es muy relevante y que a todos nos corresponde dar respuesta.