En la España actual convergen dos discursos en apariencia contradictorios. El primero habla de la fortaleza del Estado de Derecho y del inicio de la recuperación económica. El segundo pronostica el agotamiento de un ciclo de treinta años que nació ya viciado durante la Transición y al que sólo cabe darle el finiquito, si no queremos ver cómo se cuartea definitivamente la democracia española. Ambos puntos de vista se alimentan de algunas medias verdades. O dicho de otro modo, el populismo subraya determinados conceptos y escamotea otros. Si bien es verdad que la Transición permitió al país salir de la dictadura, descentralizar el Estado, ingresar en el proyecto europeo y consolidar un régimen de libertades y derechos democráticos, el relato queda incompleto si no citamos el reverso de la rápida articulación de un sistema de elites extractivas, amparado en la opacidad y la corrupción institucional. La clave en este proceso quizás sea la falta de credibilidad. No resultan creíbles los ajustes ni los recortes impuestos por el gobierno, porque se han concentrado en los sectores más débiles. Se rescataron bancos y autopistas, pero se desatendió a los parados de larga duración y a los pequeños autónomos. Se protegieron los intereses de los colegios profesionales y de los distintos oligopolios, mientras empeoraban las condiciones laborales de los trabajadores. En realidad, todos sabíamos que el reformismo era una necesidad imperiosa y, en su conjunto, el país estaba dispuesto a ello. Si era preciso flexibilizar el mercado de trabajo, también urgía liberalizar las licencias de taxi o la apertura de oficinas de farmacia, por poner dos ejemplos. Si el sistema público de pensiones es insostenible a largo plazo, ¿por qué entonces no se ha puesto coto a la agresiva y costosa política de prejubilaciones o a los privilegios que gozan los diputados y senadores? Si España tiene un grave problema de Hacienda Pública (se recauda demasiado poco en relación con nuestro Estado del Bienestar), ¿cómo se explican las injustas amnistías fiscales que benefician a los más pudientes? Si nuestros socios europeos exigían sacrificios, éstos deberían ser como mínimo equitativos. Pero sucedió todo lo contrario y la desigualdad empezó a incrementarse en la misma medida en que se imponía la opacidad sobre la transparencia. La sensación de impunidad para unos pocos „sólo hasta cierto punto real„ contrasta con el rigor que pesa sobre la mayoría.

"Cuando baja la marea se descubre quién nada desnudo", reza un conocido aforismo que acuñó el empresario Warren Buffett. Dicho así, la confesión de Jordi Pujol constituye auténtica metralla para el sistema político. Sus implicaciones serán inevitablemente tóxicas, hiriendo al partido central de Cataluña y a la imagen de una figura totémica de nuestra historia reciente. La metástasis afectará a Convergència mucho más que a una pujante ERC y a la credibilidad de los partidos centrales mucho más que a los que se sitúan en los extremos del arco parlamentario. Las declaraciones de Artur Mas, que minimizan los efectos del fraude fiscal cometido durante décadas por la familia Pujol, constatan que el President de la Generalitat se halla ya superado por las circunstancias.

Con una Convergència rota desde su interior, la situación de Mas pasa a ser agónica. Duran se marcha y a Pujol le espera algo más que el descrédito. Las incertidumbres se multiplican al ritmo de la corrupción. De Matas a Pujol, de Bárcenas a los ERE andaluces, de los agujeros en Caja Madrid a la quiebra de Caixa Catalunya? cabe preguntarse si no estamos sólo ante la punta de un enorme iceberg. Obviar que algo funciona mal no es sino una peligrosa forma de escapismo. La economía se recupera bajo la amenaza de un hipotético desplome internacional. Bruselas descubre las chapuzas en las cuentas públicas de la comunidad valenciana. Una victoria electoral de Oriol Junqueras pondría el proceso catalán en modo de declaración unilateral de independencia. Un otoño caliente está a la vuelta de la esquina, quién sabe si con plebiscitarias a la vista. Los retos son tantos que abogar por un reformismo responsable parece ya ineludible. Entre otros motivos porque la madurez de los países se mide por su capacidad de regenerarse y de encarar el futuro.